La burla

T odo el verano atronados por el chirrido estridente de las cigarras negociadoras y comienza septiembre y no damos abasto con tanta tropelía que echarnos al buche. Olas de espumarajos escandalosos que esconden un mar de fondo inamovible. La cosa política se pone en modo ‘on’, a la caza de chascarrillo chusco al que hincarle el diente. No falta material.

Mientras, la ciudadanía intenta convencerse de que el síndrome postvacacional no existe, después de tantos años de vendernos autorremedios editoriales para sacudírnoslo de encima.

Lo del ex ministro Soria, de implicación ya indisoluble con esta provincia, ha sido de rizar el rizo de la desfachatez, la torpeza, la falta de oportunidad y el compadreo cueste lo que cueste, incluso a los nuestros. El canario (o ‘el panameño’) siempre tendrá un lugar en nuestra historia, pero eso no le importó nunca a nadie. Aquí dolió más, pero ni siquiera en este país sin autoridad ni rumbo resultó ser tolerable el choteo no ya de las puertas giratorias, sino de los ascensores (estos sí, transparentes) del desdoro total de quienes, a mayores en estos momentos, intentan convencernos de que con tal de gobernar bajan la cerviz y aceptan un pacto por la decencia política. En vez de jurarlo por su honor o por sus credos, lo firman con matasuegras y nariz de payaso.

En este sindiós sigue el país paralizado en inversión, decisiones, futuro. No habrá nuevos presupuestos, como si los anteriores se hubieran ejecutado, que no; y caen en cascada las previsiones de inversión pública autonómicas. En las que tiene no poco que ver el hecho de que, al igual que en las alturas nacionales, se acabó el ordeno y apruebo y habrá que negociar pueblo a pueblo y euro a euro. Esperemos. Sin mayorías resolutorias, las autonomías, también la nuestra, resoplan aliviadas con el margen que les da el jardín en el que se ha metido la irresponsabilidad política nacional.

¿Creían que lo habían visto todo? Ni de lejos. Ahora el Banco Central Europeo recomienda a los gobiernos subir los sueldos de los trabajadores para calentar un aumento de la inflación que nos saque de este coma profundo económico al que ya no cabe inyectar más dinero para que se mueva sólo por las instituciones, muy lejos de los ciudadanos.

Que al final, mire usted, son los que compran. Los que votan. Los invitados de piedra a este vodevil que cada vez se torna más ofensivo.