Diario de León
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fuego amigo ernesto escapa
León

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M ientras estuvo activa la minería, Montealegre fue un pueblo de bullicio, que incluso recuperó en los años ochenta la algarabía de niños y motos en sus calles, después de varias décadas de sordo abandono. Este verano el municipio de Villagatón, al que pertenece, puso en marcha el compromiso de revitalizar sus recursos culturales y naturales más atractivos, con una propuesta de paseo que enlaza visitas esenciales, como las estelas de Manzanal, la iglesia románica de Montealegre, declarada bien de interés cultural en 1993, o la ruta natural del Górgora, que entre robles y castaños conduce al viajero hasta el asombro de una imponente cola del diablo. Todos los paisajes tienen su misterio, pero pocos reúnen tantos quiebros aciagos como esta encrucijada de la ominosa y descalabrada pendiente del puerto de Manzanal. De ahí, el empeño por combinar la limpieza y descubrimiento de vestigios con el rescate y celebración de tradiciones.

Montealegre se aúpa en un altozano sobre el arroyo de La Silva, en cuya compañía descendía la calzada romana hasta la vega de Bembibre. En el fondo del valle asoman la espadaña y los hornos cercenados del ábside de la iglesia románica de San Juan, cuyas ruinas ocupan una hondonada invadida durante años por las escombreras de carbón y el trasiego de camiones. Nada que ver con el jugoso valle descrito por Gómez Moreno, quien fotografió hace poco más de un siglo la iglesia enhiesta de ábsides policromados y capiteles corintios.

Estos desechos, a los que la declaración monumental llegó con evidente retraso, vivieron un primer conato de traslado al poblado de Compostilla diez años después de su ruina bélica. Entonces puso la proa la mitra de Astorga, mientras la insolente ignorancia acometía el derribo de la ermita de Santa Colomba de Villaquejida, declarada monumento en 1931 y convertida en panera. Sólo el mosaico romano del pulpo, expoliado por el gobernador Pravia en 1865, se salvó del atropello, y hoy puede verse en el Museo Arqueológico Nacional. Hace cinco veranos, los paisanos de Santo Toribio recrearon algunos vestigios del monumento perdido. En los cincuenta, las autoridades encabezadas por el obispo Almarcha emprendieron un plan de mudanzas monumentales, estudiado por el profesor Morais, que sólo cuajó en parte. Las ruinas de Eslonza se embutieron en la iglesia de Renueva, la Puerta de la Reina en la Audiencia, el palacio de los Prado blasonó el hospital de Regla y el de los Quirós la hospedería de San Isidoro. Pero ni siquiera la euforia desbocada de los 25 Años de Paz consiguió el traslado de San Miguel de Escalada hasta el malvar de la carretera de Asturias, ni mover los restos románicos de la iglesia de Montealegre para decorar la puerta de León en Albires.

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