Ponfe y Rada
E s conocida la génesis del nombre de Budapest, que proviene de la unión de Buda y de Pest, las dos ciudades situadas una frente a la otra, con el Danubio por el medio. Pues bien, hubo un tiempo en que Ponferrada parecía la suma de dos nombres, que nunca existieron por otra parte: Ponfe y Rada. Ponfe era el casco viejo, que en mi niñez se llamaba Ponferrada de Arriba. Algo así como Pest, para entendernos. Y Buda era la Puebla; Rada, quiero decir. La urbe más moderna y, con todo, secundaria. Pese a que triplicaba en habitantes a Ponfe.
Es fácil imaginar esta separación si recordamos que entonces solo había un puente, y muy angosto, para unir las dos ciudades. Un puente y un río en cuya margen derecha empezaba Rada. Llanura donde nacimos muchos, y donde vivíamos, allá por los años 60, unas veinticinco mil personas. Planicie donde estaban los almacenes y los trenes, los obreros y la mayoría de los comerciantes. También los cines y los colegios religiosos. Pero todos teníamos que subir a Ponfe para ir al juzgado, al ayuntamiento o para ver a la Deportiva, que jugaba en Santa Marta. Y muy especialmente para asistir a las fiestas de la Encina, que tenían lugar de modo exclusivo en la zona alta. Con el real de la feria instalado en la zona del Campo de la Cruz.
Sí, había dos ciudades en una, y eran muy diferentes. Ponfe era aristocrática y basilical, solar de apellidos arraigados, patria del sensacional castillo. Ponfe tenía aires de la Restauración, un estilo entre galdosiano y castizo. En Ponfe sonaban las canciones bercianas por las tabernas mientras que en Rada casi todas las familias eran forasteras. Eran mundos distintos que se irían acercando poco a poco. Sobre todo a través de la labor de los alcaldes que rigieron la ciudad a partir de los años 60, incluyendo a los últimos del franquismo, quienes, aún sin legitimidad democrática, lucharon por mejorar la urbe. No digamos los regidores que iniciaron su tarea en la transición. Fue entonces cuando Ponfe y Rada se soldaron definitivamente. Un proceso crucial, sociológico y culto que simbolizan los tres puentes nuevos. Y así llegamos a la ciudad actual, mucho más homogénea, y armoniosa, en todas sus partes digna y en algunas zonas particularmente bella. Lo que era inimaginable cuando los dos burgos vivían de espaldas a uno y otro lado del Danubio-Sil.
Queda, empero, mucho por hacer; siempre sucede. Quedan los detalles, el nuevo optimismo, la nueva creatividad de los ciudadanos consolidándose en todos los escenarios de la convivencia. Siendo la cultura, como es natural, el más decisivo, fecundo e igualitario. Todos los ponferradinos, vivamos donde vivamos, tenemos un compromiso indeclinable para con la ciudad a la que la vida nos unió de modo tan raigal. Pensar en eso con la intensidad precisa abre caminos, enciende luces, nos coloca en el mundo.