El dinero de los otros
N os creíamos que el escándalo había muerto después de asistir a su entierro y ver cómo desprendía gusanos por las viñas, pero Lázaro es inmortal.
Resucita en forma de lo que ahora se denominan «proyectos alternativos». Sucesivas alianzas y condenas que nos mantiene con las chamuscadas manos en el fuego, pero que nos obligan a soplarnos los dedos sin apartarlos de la lumbre.
Nunca hay que darlo todo por perdido, aunque sea la esperanza lo primero que se pierde. El proyecto de alianza andaluza, con vistas a seducir al turismo mundial, es un excelente punto de partida porque dependemos de que vengan a vernos y hay que saber juntarse.
El viejo Bergamín, que no era el más viejo de la saga, nos explicaba que jamás ha existido un rebaño de leones ni una manada de águilas.
Tenía un alto concepto hipotético del pueblo y además amaba a la gente rara, quizá porque él era por rara vocación: católico y republicano, vasco y andaluz. En la última comida que disfruté de la tormenta que llevaba entre laa sienes, junto a Muñoz Rojas y Alfonso Canales, insistió mucho en que este mundo no era de su reino. Ya estaba fuera de los dos y presumía de no tener nada.
Ni dinero, ni ganas de tenerlo. Era un místico anarquista, aunque Juan Ramón le llamase siempre «insuficiente» y Paco Umbral dijese de él que era como Unamuno, si Unamuno se hubiera vuelto loco.
Siempre he aprendido más y sobre todo me he entretenido bastante más con este linaje de personas que con los que acarrean una joroba de cordura. Nos invitan a buscar otro mundo a quienes no nos gusta este, salvo a ráfagas.
Admiramos más a algunos muertos de hambre que a ricos contemporáneos, como don Amancio Ortega, que ojalá hubiese sido un pariente próximo que estuviese dotado de una buena memoria.
Quienes cuentan el dinero de los demás lo han proclamado el hombre más rico del mundo.
El segundo o el tercero quizá lo envidien pero a nosotros nos está vedado ese horrible sentimiento. No alcanzamos a divisarlo.