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fuego amigo ernesto escapa
León

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P or fin, hace unos días y con décadas de retraso, el boletín oficial licitaba por poco más de dos millones el arreglo de la carretera que transita la comarca de Luna, entre La Magdalena y el puente Fernández Casado. La comarca tiene una parte caliza, de rocas y sabinas, y otra suavemente montuosa, ondulada en lombas y colladas. Es la llave de entrada a la montaña occidental leonesa, en la que se ensartan los territorios de Babia, Laciana y Omaña. El antiguo poblado minero de La Magdalena reparte los caminos de acceso por Luna y Omaña. Río arriba, se suceden los pueblos ribereños: Garaño, Vega, que ahora se apellida de Caballeros y antes fue de Perros, Mora y Los Barrios. Desviados del valle principal, quedan a la derecha Portilla y Sagüera; a la izquierda, escondido tras la autopista, Irede. El río que bautiza la comarca apenas recorre medio centenar de kilómetros, entre Babia y Santiago del Molinillo, y carece tanto de fuente como de aliviadero o desembocadura. Podría decirse que es un río literario, a medio camino entre la historia y la leyenda, que se disuelve junto al Omaña en el Órbigo, conductor de sus aguas reunidas al Esla.

A la salida de La Magdalena, vuela sobre el valle el doble viaducto de la autopista, que lo remonta por la derecha del río. Su trazado en los setenta dejó el legado colgante del puente, aguas arriba del embalse, y colocó la pasarela que permite apreciar con detalle el paisaje de caliza y sabinas reflejado en el agua. El embalse lo proyectó el ingeniero Llanos Silvela y fue inaugurado por Franco en 1956. Eran tiempos de estraperlo y la gente de los pueblos, que había visto cómo se esfumaban los camiones de cemento durante su construcción, a raíz de la tragedia de Sanabria tres años después, empezó a temer lo peor. Décadas más tarde, en un anochecer de domingo, unos mozos de Caldas que volvían del baile en La Magdalena, observaron cómo el viaducto que cruzaba el embalse se había hundido. Por fortuna, no hubo víctimas, pero aquel derrumbe inesperado removió las viejas pesadillas del muro vencido por el agua.

Si en aquellos tiempos de chapuza e indefensión no ocurrió algo más grave, seguramente fue porque la presa del embalse aprovechó el refuerzo de los sierros que cruzan el valle, dejando apenas un pasadizo para el curso del río. De manera que el muro pando se encastra entre barbacanas y espigones rocosos. El embalse ahogó unos cuantos pueblos: Arévalo, que era un barrio de Láncara, Campo de Luna, la venta de La Canela, Casasola, Cosera, Lagüelles, Láncara, Miñera, Mirantes, Oblanca, San Pedro de Luna, Santa Eulalia de las Manzanas, el molino de Truva y las Ventas de Mallo. La comarca de Luna, escindida por la frontera del agua, nunca volvió a ser lo mismo.

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