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SILUETAS gonzalo ugidos
León

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D ecía Ambrose Bierce que el violín es un instrumento que cosquillea los oídos por fricción de una cola de caballo contra la barriga de un gato. Se ve que no conoció a Ara Malikian. Llegó a España hace dieciséis años y durante siete fue concertino en el Teatro Real, como no estaba a gusto tocando en el foso, hizo varias tentativas de fuga y al final pudo escapar encaramándose al tejado del éxito. No dejó de vivir en España porque tuvo un encuentro que lo enamoró: el jamón ibérico. Le extrañaba que lo sirvieran con algo que le parecía comida de gato, eran colines de pan duro, los picos. Desde entonces en sus conciertos alterna el ibérico de Bach, Paganini, Stravinsky o Vivaldi con los picos de Led Zeppelin, Los Secretos o el flamenco. Apea la música clásica de la peana de la solemnidad, flamea el violín como si fuera una bandera y con un humor algo british fascina a las multitudes. La semana pasada reventó las costuras de la plaza de Las Ventas.

Una amiga común me invita a comer con él. Su conversación tiene el calado de quien ha vivido muchas vidas. Con apenas quince años, este armenio condenado a tocar bajo las bombas del Líbano, se refugió en Alemania, vivió en Inglaterra, recaló en Madrid y ahora se mueve por todo el mundo como Pedro por su casa. Aunque por su aspecto de derviche giróvago cuando viajaba con pasaporte libanés y un estuche no sería raro que le preguntaran si llevaba un violín o un Kalashnikov. Ahora viaja con pasaporte español, pero su patria es el mundo; su idioma, la música; su religión, el ibérico de Joselito. Pero como nadie puede saltar por encima de su propia sombra, le conmueven sus raíces armenias y cuando el año pasado se cumplió el centenario del genocidio de su pueblo por los turcos, compuso la melodía «1915», que pone la piel de gallina. Nadie es nada si no pertenece a algo, pero es poca cosa si no se abre al mundo. Ara Malikian ha tumbado las estatuas nacionalistas y ha preservado los pedestales para poner en su lugar el cosmopolitismo. Sus raíces metabolizan el telurismo de Armenia y crecen en un árbol frondoso: «La cabeza en el cielo y en el suelo los pies», dijo el poeta. Salgo del restaurante con el regusto del ibérico y eco de la voz de Malikian. En la madrileña plaza de Oriente los turistas se retratan detrás del trampantojo de un torero: cosas de la gente corriente. A Dios le gusta la gente corriente y moliente como Sánchez o Rajoy, la peña municipal y espesa, por eso es mayormente la que hace; pero de vez en cuando le sabe a poco, se esmera y te hace gente que mola, yo que sé, un Leonardo, un Cervantes o un Ara Malikian. Ahora va camino de América, si no puedes seguirlo, espera a que vuelva y no te lo pierdas. De nada.