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León

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No supe que tenía miedo a vivir. Sin motivación aparente, surgió un día, como aparecen las cosas que te cambian de vida sin que te hayas dado cuenta. Conducía, me empezaron a temblar las manos y se mi hizo pequeña la carretera delante de los ojos. Agarre fuerte el volante, levanté el pie del acelerador y no hice mucho caso. Cómo me iba a pasar algo, me repetí más tarde al acostarme, después de leer capítulos del Principito asomado a un ombligo. Pero volvió. Una tarde detrás de otra hasta que Inés y yo contamos 40 semanas en el calendario y tuvimos que irnos al hospital a medianoche de un jueves, que siempre han sido mis noches favoritas. A esa hora en que antes me recogía para casa, vi salir por la puerta del fondo un carrito con una bandeja de plástico encima y lo vi entrar por una puerta más pequeña a una habitación con las paredes acristaladas. De tres arreones secos descorrieron la persiana, abrieron el grifo con un torrente que me pareció el desembalse del pantano en primavera y metieron allí debajo un cuerpo con dos brazos y dos piernas que amenazaban con desconyuntarse entre llantos, mientras yo me quedaba inmóvil e inútil al otro lado de la cristalera. Estaba amoratado, tenía el ojo izquierdo hinchado y un golpe que le bajaba desde la frente por toda la nariz hasta dividirle en dos el labio superior: hermoso como un sparring después del duodécimo asalto, listo para la pelea. Cuando me lo pusieron en los brazos, después de que lo arroparan entre un burruño de mantas blancas como si necesitara otra crisálida, noté cómo temblaba. Era yo. Y ese miedo, sin identificar hasta entonces, que me miraba indefenso a los ojos.

Se van a cumplir este miércoles nueve años desde ese amanecer en que mi hijo Martín me llevó a conocer el miedo. Nueve años de saltos a primera hora de la mañana encima de la cama, de noches de secretos antes de acostarse para no dormir, de madrugadas de Dalsy y Apiretal, de tardes de fútbol hasta que no hay luz, de lecturas de Asterix y Obelix y Tintín, de películas de Star Wars y partidas a la Play, de mis canciones de Sabina y las suyas de Melendi... Nueve años de encontrar mis defectos en sus errores cuando voy a reñirle, de crecer como no lo había hecho hasta entonces para que no tome mis ejemplos equivocados a escondidas, de orgullo por asistir como espectador privilegiado a la formación de una persona extraordinaria que me mejorará sin dudas. Nueve años de morirme de miedo. Ahora sé que eso es vivir.