Vender el alma
S i se ponen serios no sacan ni una botella al mercado este año. Lo decía alguien que sabe lo que se trae entre manos en esto del vino señalando a la comarca vecina de Valdeorras. No será así, porque para eso estamos nosotros. De hecho siempre hemos estado ahí. Y una vez más volveremos a estarlo. De hecho ya hemos comenzado a trasegar, aunque en esta ocasión nos quedará el consuelo de que la operación —por aquello de que por aquí tampoco andamos muy sobrados de nada— no les saldrá tan a cuenta como hasta la fecha.
Una vez más volveremos a apostar por la ganancia rápida —y si es sin luz ni taquígrafos, mejor que mejor— . Eso de hacer patria está bien, pero que lo hagan los demás. Es fácil lamentarse de nuestra situación, rasgarse las vestiduras por lo mal que estamos y lo poco que hacen por nosotros,... pero que las hostias se las den en la jeta de otros. Que las sigan recibiendo aquellos que siguen apostando por malvender el producto aquí —cobrando menos, tarde, (y muchas veces ni eso) y mal— con el único consuelo de saber que con su sudor se está contribuyendo a mantener unos puestos de trabajo creados en unas instalaciones concebidas como autoprotección frente a lo que esa actitud mezquina fomenta y alimenta.
No es nada nuevo, es cierto. De hecho desde que acarreaba el botijo en tiempos de vendimia recuerdo la estampa de viñas sembradas de sacos de plástico repletos del fruto de nuestras cepas y empaquetados para ‘el gallego’. Eran tiempos sin Consejos ni Denominaciones. Por no haber no había ni decencia en las contrataciones de ‘temporeros’, con ‘tajos’ de sol a sol.
Sin embargo, y a diferencia de entonces, cuando se comercializaban uvas sin alma, y no había conciencia de lo que éramos, ni mucho menos, de lo que podíamos llegar a ser, ahora no hay género. Ahora que desde todos los sectores nos señalan que el campo es lo único que nos queda, que sólo dándole valor a lo que producimos podremos tener algún futuro, volvemos a fallarle a la comarca.
No es fácil en este terruño planear el mañana cuando malvivimos vendiendo nuestro hoy. El dinero fresco, sin preguntas ni papeles, tapa los agujeros del día a día, sin ser conscientes de que mañana volverá a amanecer. Y la luz volverá a descubrir nuestras miserias. Lo de siempre, el pan de hoy...