TRIBUNA
Las doncellas cantaderas
L a iconografía santiaguista es constante en nuestra ciudad. No sólo en los templos más representativos. También en otros de menores resonancias como la iglesia parroquial de Santa Ana, antigua del Santo Sepulcro, que en el ático de su retablo mayor atesora un bello relieve que representa al apóstol Santiago en Clavijo, batalla fijada por la tradición en el 22 de mayo del año 844.
La Fiesta de las Cantaderas está íntimamente vinculada a esta contienda mítica y controvertida. Según abona la tradición, la aparición ecuestre del Hijo del Trueno en aquellos campos riojanos propició el triunfo de Ramiro I (842-850) sobre el príncipe omeya Abd al-Rahmán II (833-852), una victoria que supuso la supresión del ‘nefando tributo’ concertado con el emirato cordobés en tiempos del rey Mauregato, servidumbre que obligaba al monarca cristiano a la entrega al sarraceno de cincuenta doncellas provenientes de la nobleza y otras tantas procedentes del pueblo llano.
Desde hace unos años, pocos ciertamente, el sábado anterior a la celebración del ‘Foro u Oferta’, el casco antiguo de nuestra ciudad se convierte en escenario de la entrega y recogida de las ‘Cien Doncellas’. Fue en 2011, siendo alcalde de León Emilio Gutiérrez Fernández, cuando se llevó a término este acto por primera vez. Organizado por la Federación de Asociaciones Vecinales Rey Ordoño, de León, su puesta en escena fue tutelada por la municipalidad legionense. Plausible a todas luces, constituye, sin duda alguna, una estampa que aviva las claves y señales de nuestra secular intrahistoria. Entonces, la representación, que se desplazó hasta cada una de las parroquiales contribuyentes, finalizó en la Casa de la Poridad.
Como se sabe, las citadas doncellas procedían de las cuatro parroquias principales de la Urbe Regia: San Marcelo, San Martín, Santa Ana y Nuestra Señora del Mercado. Si de ésta, antaño, salían además el salterio y los atabales, de la iglesia advocada por el Patrón de la Ciudad lo hacía la Sotadera, representante enviada desde Córdoba para la elección de las referidas adolescentes. En el presbiterio de este templo, dos vidrieras de luminosos colores aluden a esta Fiesta de las Cantaderas.
Al día siguiente, los rangos protocolarios del ceremonial de Las Cantaderas adquieren visos de originalidad. La Corporación Municipal, ‘en forma de ciudad’, se dirige desde las Casas Consistoriales hasta la S.I. Catedral, acompañada por los cuatro ‘Reyes de Armas’, es decir, por los cuatro maceros, la policía municipal de gala y la banda de música. En la comitiva precedente figuran el carro chillón, engalanado a la manera típica de nuestra querida tierra, tirado por una pareja de bueyes con roscas de pan en las astas, las doncellas cantaderas, con sus cestillos colmados con los frutos típicos leoneses que servirán de ofrenda, y, por supuesto, la Sotadera, portadora de un arco floral que depositará ante Nuestra Señora del Foro y Oferta de Regla, relieve situado en la panda sur del claustro catedralicio, concretamente, en el tímpano protogótico del chantre Munio Ponzardi, fallecido el 19 de septiembre de 1240.
Dentro ya de nuestro primer templo, precisamente en el predicho espacio claustral, en medio de la expectación popular, comienza el enfrentamiento oral, que da paso a las discrepancias de criterio. El síndico argumenta que la oferta es una ofrenda libre y voluntaria, llevada a término por imperativo de la fe, por impulsos de la devoción piadosa. El capitular, por su parte, defiende todo lo contrario. Y encauza su exposición por el camino que conduce a los términos del foro, el tributo o la obligación. Ambos defienden sus tesis sirviéndose de una ingeniosa dialéctica. Sin embargo, como es de dominio público, no alcanzan acuerdo alguno. Después de tres intervenciones, a requerimiento de uno y de otro, los secretarios de ambas instituciones levantan las actas correspondientes, claro está, cada uno por su lado y anotando los motivos esgrimidos por sus respectivos procuradores. Y, así, hasta el próximo año.
El P. Anastasio Lobera presenció el ceremonial de Las Cantaderas en 1595. Y lo puso por escrito en su obra Grandezas de la Iglesia y de la ciudad de León. Se verificaba entonces los días 14, 15, 16 y 17 de agosto. Los dos primeros había ceremonias religiosas con asistencia de las doncellas cantaderas, el tercero se corrían toros, se jugaban cañas, y se llevaban a cabo ‘otros diversos regocijos’, y el cuarto, es decir el 17, se realizaba el acto del ‘Foro u Oferta’, recogido en el capítulo XV de las Políticas Ceremonias del Marqués de Fuente Oyuelo. La dádiva consistía en la entrega de un cuarto de toro, de los astados lidiados el citado día de San Roque, tal como lo recogen pretéritos testimonios documentales, un cesto de panecillos pequeños, es decir, de cotinos, y otro cesto de peras y ciruelas. A partir de 1816, el cuarto de bóvido se suplió por una aportación económica de 250 reales.
Acabadas, pues, las tres intervenciones preceptivas, se celebra la eucaristía. Más tarde, ante la imagen de la Virgen Blanca, situada en el parteluz de la Puerta del Juicio Final, lo mismo que hicieron cuando llegaron y ante Nuestra Señora del Foro u Oferta, a los sones de dulzaina y tamboril, Las Cantaderas interpretan la Cantiga décima de Alfonso el Sabio. Luego, tomando a préstamo las afirmaciones del citado P. Lobera, ‘concluido esto, se va el regimiento con sus bailes y danzas y se da fin a la fiesta’. Para entonces, terminado ya el tradicional y vistoso desfile de los pendones leoneses, la Corporación Municipal orienta su andadura hacia la plaza de Santa María del Camino, destino de los carros engalanados.
Cada año se reiteran las tesis y se repiten las situaciones. Aún así, la Fiesta de las Cantaderas, por su raigambre, abolengo y singularidad, es como un río, que, remedando a Gerardo Diego, canta siempre el mismo verso, pero con distinta agua.