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Publicado por
LA GAVETA CÉSAR GAVELA
León

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D e muy niño, en Ponferrada, había un día del año que estaba un poco fuera del tiempo. Era cuando iba con mis padres al cementerio del Carmen, hoy albergue de peregrinos. Allí estaba el panteón de mis abuelos paternos. Y unos hombres que fumaban alrededor del mármol, y unas mujeres con lágrimas en los ojos, que colocaban las flores. Yo empezaba a saber que existía la muerte, pero aún de un modo muy liviano, como quien escucha una historia de un remoto país.

Aquel cementerio se quedó pronto pequeño. Fundaron otro, bello en su dolor, en la solana del Monte Arenas. Y justo en el Monte Arenas, unos veinte años antes de mi primer visita al camposanto del Carmen, habían sido asesinados muchos bercianos. Víctimas de la barbarie franquista. Muertes de las que nunca oí hablar hasta muchos años después. Misterio doliente que solo la democracia pudo airear. Cuando el sufrimiento ya empezaba a ser amenazado por el olvido.

El Bierzo, tan pequeño y hermoso, fue un escenario particularmente cruento en la guerra civil. Pese a que tenía entonces apenas cien mil habitantes padeció un porcentaje muy alto de odios y envidias que terminaron en crímenes atroces. Desde entonces la comarca tiene una herida que se tapó de mala manera. Una herida que ha de cicatrizar en paz, públicamente. Y para restituir a quienes fueron excluidos de la vida con tanta infamia, es necesario utilizar todos los instrumentos, por modestos que sean, que recuerden a aquellos mártires que murieron aquí, en este valle, en estas montañas.

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica propone crear un perdurable recuerdo para los que fueron asesinados por sus ideas y por sus sueños de libertad y de justicia. El plan es impecable: erigir un ámbito donde honrar a quienes tanto sufrieron, a quienes ya se van quedando lejos en las décadas, pero no en el corazón de las personas sensibles. Un parque, también, que debería abarcar a otros bercianos que murieron en otros crímenes de siniestra motivación política, fueran de izquierdas o de derechas, de la postguerra o de otros tiempos. Todas las víctimas unidas en esa hermandad misteriosa de la muerte que el odio causó.

El Bierzo es tierra de memoria, y eso es noble. Pero eso también puede propiciar visiones sesgadas y hasta lastradas por el rencor. Una actitud que hay que erradicar, por malsana y estéril. Se trata de reivindicar, con el máximo respeto, a tantos paisanos que tuvieron la desgracia de vivir en los peores años del siglo XX. Y que solo nos piden eso: un recuerdo, una lápida, un monumento sencillo, un árbol para que los pájaros canten en sus ramas. Los niños que íbamos a aquel cementerio a estar un rato junto a los huesos helados de nuestros abuelos, volveremos al Carmen a respetar a quienes murieron antes que nosotros naciéramos. Pero que sentimos cercanos, por tantas razones.

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