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EDITORIAL: Caída de Sánchez, sangría del PSOE y regeneración política

Publicado por
León

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El desgarramiento interno del PSOE que acabó anoche con la caída de Pedro Sánchez trasciende al propio partido, no sólo porque había convulsionado la vida política española, sino también porque añadía enormes dificultades a la formalización de un Gobierno estable que ponga fin a meses de incertidumbre y angustia social y afronte los graves problemas que preocupan a los ciudadanos. No podemos olvidar que el PSOE —con 117 años de historia, gobernó 21 de los 39 transcurridos desde la Transición— fue un pilar fundamental del régimen democrático nacido en 1978, y lo que le ocurra es de enorme importancia para un país que en nada se refleja con mayor fidelidad que en la fotografía del propio partido. El PSOE ha sido —y sigue siendo— la España en la que nos miramos.

En ese sentido es mal asunto que un partido que en el último año ha venido sufriendo derrotas históricas no sólo se viera conmocionado por la contrariedad, sino invalidado para gobernar e incluso para ejercer una oposición necesaria, eficaz y constructiva como consecuencia de un enfrentamiento abierto que le ha causado una profunda división hasta ponerlo al borde de una fractura quizá irreparable. Porque lo que hay detrás del escenario visible es, más allá de un penoso espectáculo, una lucha de poder encarnizada, la historia del partido llevada a extremos ciertamente insospechados.

Pedro Sánchez había sido elegido secretario general hace dos años en un congreso pero su liderazgo estaba desde entonces en permanente cuestión. Su personalidad, la distancia y frialdad en el trato personal, la codicia y el ansia de poder y una evidente inmadurez política le impidieron fortalecer su liderazgo, que sobre todo se ha visto permanentemente debilitado por la oposición soterrada dentro de su propio partido, con Susana Díaz y la potente federación andaluza como elementos desestabilizadores, y fuera de él, con el emergente Podemos disputándole la hegemonía de la izquierda.

La inquina con la que los socialistas se empeñan en echar abajo la casa común no es, por mucho que desde uno y otro lado se intente venderlo así, una guerra de buenos y malos, sino de una lucha a dentelladas por el poder sin más intereses que los propios. Y mientras ese ocurre, sus enemigos políticos —adversarios, porque los enemigo estaban sentados en las sillas de al lado— se frotan las manos y se preparan para el festín porque ya olisquean los despojos.

Este país necesita al PSOE, pero merece mejores aspirantes a representarlo y probablemente no estén entre quienes tumbaron a Sánchez. La angustiada ciudadanía que asiste abochornada al espectáculo en el escenario que levantó el telón tras el 20-D tiene la impresión de que la clase política, toda, sigue viviendo ajena a los requerimientos sociales. Son necesarios hombres nuevos, nuevas formas de entender y hacer la política y desterrar de ella todas los pecados capitales que la han convertido en un basurero.

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