Cerrar
Publicado por
Héctor Bayón Licenciado en Historia
León

Creado:

Actualizado:

Q uiero hablarles de una expresión muy conocida: «Llegar a buen puerto» ¿quién no la ha utilizado alguna vez? Pues bien, basándome en esta locución me gustaría lanzar una pregunta al aire: ¿España llegará a buen puerto? Intentaré responder a esta pregunta desde la óptica de un historiador.

Decía Woody Allen que le interesaba el futuro, porque era el lugar donde iba a pasar el resto de su vida. Y es verdad, a todos nos interesa. Sin embargo, yo no soy muy partidario de la Historia-ficción, para eso ya vamos a disfrutar al cine ¿no? Lo que sí que puedo contarles, es la importancia que tuvieron algunos puertos marítimos (y fluviales) peninsulares en la Historia de España. Y para demostrarlo, les relataré un poema épico donde la metáfora de «la vida humana como una barca» —recurso utilizado ya en la literatura grecorromana— tendrá un papel preponderante.

Y así comenzaba La Legioneida …

Los pasajeros embarcábamos en el Clío —así se llamaba nuestro barco—; y con entusiasmo, esperábamos viajar a través de los siglos. Nuestra primera parada nos llevaba al año 218 a.C. en Ampurias (Gerona).

El romano Cneo Escipión desembarcaba por primera vez en Hispania. Comenzaba «La Romanización», y casi tres siglos después, la Legio VI Victrix asentaba su campamento militar en el noroeste de la Pen. Ibérica y se iniciaba el natalicio de una «victoriosa» ciudad. Además, desde la popa del barco, leíamos con atención los aforismos de un educador hispano llamado Séneca. Uno de ellos decía: «Largo y difícil es el camino de la educación por medio de teorías, pero breve y eficaz a través de los ejemplos».

Dejábamos atrás la época romana, y llegábamos a nuestra segunda parada. Corría el año 552 d.C. Hispania era visigoda, y la lucha por el poder político —ambicionarlo siempre fue raíz de infinitos males— se recrudecía. Las tropas del Imperio Romano de Oriente desembarcaban en el sureste de la Pen. Ibérica, en virtud del acuerdo entre Justiniano, el emperador bizantino- y el pretendiente al trono visigodo, el noble Atanagildo. Se proclamaba la efímera provincia bizantina de Spania, y nosotros, estudiábamos en la cubierta las obras de San Isidoro de Sevilla, historiador de excepción de estos hechos.

Pero nuestro barco no se detenía, y nos adentrábamos en plena Edad Media. Nos llegaban noticias de dos reyes leoneses llamados García I (910 d.C.) y Alfonso IX (1188 d.C.) Y por supuesto, los pasajeros hablábamos sobre «la cuna del parlamentarismo». Pero la Edad Media finalizaba, y nuestro navío se cruzaba en alta mar con un tal Cristóbal Colón, que iba hacia «las Indias» por una ruta alternativa. La tercera parada estaba cerca, en Tazones (Asturias) en 1517.

De un barco se apeaba un joven llamado Carlos. Era rey de Castilla y Aragón, y dueño de un «Imperio donde no se ponía el Sol». Estábamos en pleno siglo del Renacimiento, y en España florecía el Siglo de Oro de la literatura. Por eso, a nuestras manos llegaban escritos de Diego de Santisteban Osorio, Santa Teresa de Jesús y de Luis Vives, el gran humanista español.

Y con cierta nostalgia, avanzábamos hasta el siglo XIX. El mar amenazaba bravío, de hecho, nuestro barco estaba a punto de perder la «independencia». Pero manteníamos firme el timón, encomendándonos a ‘La Pepa’ y a las que venían detrás de ella. Poco a poco la embarcación se «restauraba», aunque el «caciquismo» persistía en nuestra nave.

«Mas se perdió en Cuba…» decían algunos pasajeros, mientras otros leían el cuento de «León Benavides» de Clarín. Y casi sin darnos cuenta, nos hallábamos en pleno siglo XX. Nuestra cuarta parada era en Cartagena (Murcia), en Abril de 1931.

Esta vez no era un desembarco…El rey Alfonso XIII, tras los adversos resultados (para la monarquía) en las elecciones municipales de ese mismo mes, se subía a un buque y marchaba al exilio. Se avecinaban nuevos tiempos en nuestra embarcación, pero una furiosa tormenta se aproximaba… Muchos naufragaban y el barco quedaba partido en dos. Pasaban las décadas, y todo seguía igual; pero los pasajeros anhelábamos una marítima «transición» hacia un lugar más apacible, sin tantas tormentas. La reconstrucción del Clío era difícil, sin duda, pero con el sacrificio de todos se había conseguido.

Y por fin desembarcábamos en el «malecón» del río Bernesga en León, en pleno siglo XXI. Era nuestra última parada.

Al bajar de la nave veíamos un estadio de futbol, una gran construcción cultural y deportiva leonesa, donde se trenzaban jugadas de otro planeta… por lo menos de Júpiter. Caminábamos por sus calles rebosantes de gente acogedora, y observábamos sus innumerables monumentos: el Convento de San Marcos, el Odeón-Auditorio, la Colegiata de San Isidoro —ya habíamos oído hablar de él hace siglos— y la excelsa Catedral de León…

Nuestro veredicto estaba claro: «La ciudad de León era digna heredera de Roma».

P. D. Lo sé, me han quedado importantes hechos históricos por contar, e incluso Uds. hubieran elegido otros. Sin embargo espero que Uds. me perdonen. No es fácil condensarlo todo en unas pocas líneas. Además solo pretendo demostrar que se puede enseñar y/o aprender Historia de España —y Geografía— desde un enfoque más literario, más humanista quizás. (A ver si el Ayuntamiento de León se hace eco de este poema épico).

Cargando contenidos...