Diario de León

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Graciliano Palomo SENADOR socialista por león
León

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E l programa económico europeo frente a la crisis se ha resquebrajado. Recientemente Mario Draghi afirmó ante el Parlamento Europeo que deben «aumentar los salarios que llevan años creciendo por debajo de la productividad». El FMI ha reconocido que «el crecimiento solo ha beneficiado a unos pocos» y recomienda ahora invertir masivamente en infraestructuras y «estimular la demanda». En España, un informe de Fedea (think tank del Ibex 35) titulado Evolución del gasto público por funciones durante la crisis: España frente a la UE, recomienda ya una reforma fiscal y subir impuestos para evitar más recortes al Estado de Bienestar. Todas esas ideas eran sacrílegas desde 2010 y hasta hace unos meses. Cualquier día alguno de los componentes de la antigua troika nos sorprenderá anunciando lo que sabemos desde hace muchos años: 1) Que en España solo se crea empleo con un crecimiento superior al 4%. 2) Que por debajo de esa cifra solo hay negocios para los más ricos. 3) Que la función de redistribución de la riqueza y la cohesión social solo se puede hacer desde el Estado.

Tras nueve años de crisis ya se reconoce lo obvio: el fracaso de las recetas de la derecha europea (austeridad, austeridad y austeridad como enfatizó Montoro en 2012), liderada por el pensamiento conservador alemán (valga la redundancia) y abrazadas con entusiasmo por el PP español. La Unión Europea está anémica en el terreno político, en el social y en el económico, con resultados tan nefastos como el resurgir de nacionalismos y populismos, el estrambótico ‘brexit’ y la extrema derecha dominando los países excomunistas y amenazando a democracias veteranas. Por ello, precisamente ahora, tras ocho años de gestión de la crisis de forma contraproducente y cruel, algunos comienzan a reconsiderarla y volverse hacia las recetas más clásicas y keynesianas de la denostada y aburrida socialdemocracia europea. Precisamente cuando aparecen la mayor parte de los partidos socialdemócratas postrados.

El viraje en marcha supone el reconocimiento implícito del gigantesco error cometido en España con la «devaluación interna», primero de salarios y precios, después de derechos (reforma laboral, ley mordaza…), también de los servicios públicos (educación, sanidad, dependencia…) y finalmente del funcionamiento del sistema democrático. Aunque el PP nunca lo reconocerá, los orígenes del dislate fueron estrictamente ideológicos porque la derecha española siempre consideró excesivos (cosas de sociatas) los logros políticos y sociales de la transición y la democracia. Algunos predicadores que recorrían en 2010 televisiones, radios y periódicos, actualmente se sientan en el banquillo de las ‘tarjetas black’ porque, efectivamente, ellos «vivieron por encima de nuestras posibilidades». Tampoco conviene olvidar que los objetivos de la derecha se vieron facilitados por una parte de la izquierda que detesta lo que despectivamente llama «régimen del 78». Las víctimas inocentes de tanta devaluación han sido millones de personas de carne y hueso que se han visto abocadas al paro, la pobreza, la precariedad, la emigración, la inseguridad y el miedo. El daño causado a la credibilidad de las instituciones es incalculable y, en el mejor de los casos, su recuperación llevará un largo tiempo.

El agotamiento de las ideas conservadoras en toda Europa coincide en España con una situación de gran fraccionamiento político. Hay una parte de la izquierda española que propone «politizar el dolor», «organizar la rabia», en definitiva, instrumentalizar partidariamente el sufrimiento. Estas bases no pueden conformar una alternativa seria frente a la derecha. Profundizar la fractura social y política del país no les conviene a las víctimas de la crisis y del austericidio que esperan más soluciones y menos consignas. Además, la polarización es la mejor garantía para la permanencia del PP en el Gobierno como ya se comprobó en las elecciones del 26 de junio.

En resumen, nos encontramos con la paradoja de que el retorno de las propuestas socialdemócratas coincide con la postración del partido que debería impulsarlas, el PSOE. Sin embargo son las ideas las que justifican la vigencia de un partido al servicio de la sociedad, por encima de los dirigentes políticos puntuales y de las coyunturas parlamentarias. En estos tiempos de «ruido y furia» conviene mirar al horizonte más que al corto plazo. España debe salir del atolladero político e institucional en que se encuentra desde hace diez meses y el segundo partido más votado no puede ser un obstáculo. A continuación, el PSOE debe dedicarse a preparar, en positivo y a medio plazo, una alternativa de gobierno al PP basada esencialmente en la solidez del respaldo electoral propio. O la construye el PSOE o no existirá esa alternativa.

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