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EL BAILE DEL AHORCADO. CRISTINA FANJUL
León

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Fascista —o facha en su modo breve— es el insulto preferido de los fascistas fetén. Lo utilizan como munición ideológica, pero en modo elemental. No van al fondo de la cuestión, no tratan de describir nada, ni, por supuesto, de calificar una actitud. No. Tan sólo muestran con ello su unívoca visión del mundo que, por lo general, responde a cuatro maneras de estar en él: sectarismo, nihilismo, vandalismo y —mi preferido— ‘¡quítate tú para ponerme yo!’ Fascista es el insulto definitivo. Cuando alguien te llama fascista, lo que en realidad trata de hacer es abortar el debate, cercenar tu capacidad de mantener una línea argumental que pueda dejarle en evidencia. Y eso porque en lugar de defender tus ideas tienes que comenzar a excusarte, a negar la mayor, con lo que el mamporrero intelectual ya no tiene que construir esquema de pensamiento alguno y puede pasar a la acción. Es más fácil insultar y golpear. No dan para más.

Hace unos meses escribí un reportaje en el que Mario de la Fuente aseguraba que el significado de las palabras no está formado por elementos de carácter informativo que permiten referir a objetos externos a la lengua sino por instrucciones de naturaleza argumentativa que nos indican las posibles continuaciones discursivas a partir de un término concreto. Es decir, que lo que describimos cuando utilizamos el lenguaje es no tanto la realidad como a nosotros mismos. No hay nada que nos califique mejor que los contextos en los que utilizamos según qué palabras.

Ayer, un grupo de manifestantes impidió a Felipe González dar una conferencia en la Autónoma. Con el rostro cubierto y al grito de ‘fascistas’ dejaron claro que la sociedad se divide en dos: los que pueden ejercer la libertad de expresión —a voces y sirviéndose de la violencia— y quienes deben mantenerse callados en aras del derecho de los primeros. No es la primera vez que la universidad española es víctima de esta clase de libertadores. Tenemos una larga tradición en okuparla. Comenzó cuando los fascistas de Millán Astray mancillaron el claustro de Salamanca al grito de ¡Viva la muerte! Aquel día Miguel de Unamuno pronunció las palabras que explican la dialéctica entre la razón y el fanatismo y la magia: «Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha». Es asombroso ver hasta qué punto la historia siempre es contemporánea.