Diario de León
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EL CORRO PEDRO VICENTE
León

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D esde la misma noche del pasado 26 de junio lo razonable era pensar que el resultado de las elecciones conduciría a la investidura de Mariano Rajoy con la abstención socialista. Vistas las líneas rojas marcadas en la frustrada legislatura anterior, la aritmética parlamentaria constreñía extraordinariamente la articulación de una alternativa de gobierno nucleada en torno al PSOE. La manifiesta incompatibilidad entre Podemos y Ciudadanos hacía inviable un acuerdo a tres bandas con los socialistas, cuyo Comité Federal decidió por otra parte rechazar cualquier entendimiento con fuerzas nacionalistas y/o soberanistas.

Con ese panorama, y tras el inmediato pacto entre PP y Ciudadanos, no quedaban más opciones que la abstención socialista o la convocatoria de unas terceras elecciones que, para mayor inri, habrían de celebrarse en Navidad. Como fuera que el PSOE iba a pasar como el máximo responsable de esa tercera convocatoria, con el coste electoral que ello acarrearía, parecía cantado que terminaría absteniéndose.

Naturalmente, era preciso vestir el muñeco mediante una negociación con el PP con contrapartidas que hicieran digerible ese sapo tanto para su militancia como para su electorado. Era cuestión de pedagogía y de saber vender las ventajas de esa abstención pactada frente a los evidentes riesgos de unas nuevas elecciones.

Sin embargo, el PSOE dejó pasar el tiempo sin avanzar en ninguna dirección. Ni en la de pactar esa abstención con el PP ni en la de levantar sus propios vetos que impedían conformar otra alternativa de gobierno. Como telón de fondo de ese bloque interno, la soterrada lucha de poder larvada entre Pedro Sánchez y los barones rendidos a Susana Díaz.

Y en estas llegamos a la implosión del Comité Federal del pasado 1 de octubre, cuyo detonante no fue detener ese imaginario intento de Sánchez de presidir un «gobierno Frankenstein» (Rubalcaba dixit), sino su propósito de convocar un congreso extraordinario urgente que le hubiera permitido seguir liderando el partido independientemente de cómo se resolviera el puzzle de la investidura.

El resultado ya es conocido. Esa descarnada lucha interna por el poder ha fracturado al PSOE de arriba abajo y de abajo arriba, abocándole a una abstención incondicional y absolutamente traumática que le mantendrá cautivo y desarmado ante al nuevo gobierno de Mariano Rajoy. Es cierto que Rajoy no dispondrá de mayoría, pero va a tener la sartén por el mango de amenazar con disolver las Cámaras y convocar nuevas elecciones si se constituye un frente de oposición que dificulte la «gobernabilidad». Si a ello se añade que los socialistas tienen que dilucidar su liderazgo en un próximo congreso federal a cara de perro, el panorama que tienen por delante no puede ser más desalentador.

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