Diario de León
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LEÓN EN VERSO. LUIS URDIALES
León

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Sucedió en el patio de un colegio público de León; (se añade el matiz de público para disuadir a los bufetes que tenían la idea de pillar cacho, en vista del arranque del relato). Resulta que a un guaje de diez años se le ocurrió un caño para desembarazarse de la presión de un rival, en una pachanga de esas de finales del universo que se libran a pie de cancha y recreo y se montan de la nada —un balón, cuatro chaquetas y las ganas de ser alguien en la vida—y no calculó que el invento del arrastre que implica talento innato iba a desatar la ira del oponente, mucho mayor, y la burla de los compañeros, lacerante para el que en posición de defensa se comió el balón por debajo de las piernas. Eso, el arte digo, la inspiración, es un punto para el concurso a mejor jugador que organiza L´Equipe, periódico deportivo sin hinchada; pero en un puto patio abandonado de León es una ostia en los morros. Cobró el pequeño, el creador, el inteligente; pegó el abusón, el matón de barrio farlopero que con doce años ya había hecho mérito dentro y fuera del centro educativo para ir antes a un reformatorio que al instituto. El golpe activó un protocolo oficial dentro del centro que tuvo repercusiones inmediatas: estigmatizó al agredido y protegió al agresor. Así funciona el sistema; nada extraño si se tiene en cuenta que el aprendiz de matón argumentó su defensa con el guión de periódicos y parrilla de televisión que alimenta cada mediodía y cada media noche las ansias violentas de los mediocres: «Hombre, le pegué porque a Neymar también le sacuden cuando regatea». No hay fiscal que aguante ese bochorno; que la violencia infantil se funda en los púlpitos y chiringuitos que aleccionan con los códigos de respuesta a las adversidades. Esta es la mierda de sociedad que hemos levantado entre todos; los instigadores, los televidentes, la audiencia, los padres, los profesores, los abogados de secano, los legisladores, los pobres de espíritu. Vete tú y dile a un chaval de 12 años que aspira a gobernar el entorno con las normas que legitima la tele, a pesar de estar más próximas al testamento de los Soprano que al código penal, que no debe responder con la fuerza del abusón y un puñetazo a un mico que le da mil vueltas en el arte del regate, que no deja de ser dote, como resolver una ecuación matemática. Verán el día que haya un teléfono para el acoso laboral; verán qué risas.

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