Diario de León
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FUEGO AMIGO. ERNESTO ESCAPA
León

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L a permanencia en el callejero de León de un barrio completo bautizado con el nombre innoble de Pinilla evoca el bienio más sombrío de la posguerra, cuya imagen aterida atrapó el poeta Agustín Delgado: «Pelo de ceniza / tu ciudad raposa. Con la luz degollada / y metida en un saco». Una barriada construida por Domingo López, el compinche de Lumeras, con quien hizo los sucios negocios del estraperlo en sus años de gobernador civil, traficando con carbón y harina. De febrero del 40 a agosto del 41. Desde el principio, se rodeó de una guardia pretoriana con falangistas que trajo de Zamora para copar los puestos más apetecibles. La gente se refería a ellos como el zamoraje, una banda insaciable que cerraba para su disfrute salas de espectáculos, chantajeaba a comerciantes, perpetraba cohechos y prevaricaciones o extorsionaba a «elementos preponderantes por su situación económica».

El bienio de Pinilla no fue un caso aislado, pero sí de los más corruptos y escandalosos de la España negra. Su sobrino Luis Estepa Pinilla reunió en un libro tan suculento de información como revuelto de discurso los documentos relativos a los episodios más sórdidos de aquella época leonesa: Manuscritos de silencio en la paz de España, firmado en 1987 por Carmen Mejía Sinclair. Por sus páginas brincan como ladillas los informes internos más comprometidos de aquel tiempo miserable en Zamora y León. Luis Estepa Pinilla pasó una temporada como secretario de Cela en Mallorca, luego emparentó con los Fierro del balneario de Nocedo y más tarde se instaló como informático en Campsa. Publicista profuso, hace años que regenta una academia en Las Rozas.

Su cosecha documental muestra una llamativa propensión a los escándalos de bragueta, entre los que descuellan el protagonizado por el secretario Provincial de Zamora y magistrado de Trabajo con un infeliz botones. Por supuesto, da nombres, apellidos y antecedentes de cada cual. Otro tanto ocurre en León, donde la chispa salta entre el camarada secretario particular del Jefe Provincial y la camarada telefonista, quien declara que un día el jerarca se le acercó al oído para decirle «que quisiera o no quisiera, me tenía que echar un polvín». Y no para ahí: «Siéntate aquí, reinita». El jefe provincial «no goza de prestigio alguno, ya que se ha lanzado a una vida descarada de mujeres, frecuentando aún después de casado, ciertas casas de mala nota. En León es notorio que se aprovecha de su situación y que, a cambio de algunos favores de la Organización, tiene relaciones ilícitas con mujeres alegres». Además de casquería azulete, el volumen incorpora expedientes inculpatorios, muescas de navajeo intestino, corruptelas policiales, lapidaciones inclementes y virutas de ignominia.

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