Morir a oscuras

Como es sabido, una anciana de Reus ha muerto calcinada en su vivienda a causa de un incendio provocado por unas velas con que se iluminaba. La mujer, de 81 años y escasos recursos, se había quedado sin luz dos meses atrás por falta de pago, y aunque recibía ayuda para pagar el agua, no la había solicitado para la electricidad. Seguramente, ni siquiera osó planteárselo. Ante este drama inconcebible en un país desarrollado, las autoridades, entre aspavientos, han señalado a la distribuidora como responsable de esta tragedia, ya que al parecer no cumplió con su obligación de prevenir del corte a la afectada y a los servicios sociales, lo que, de haberse hecho, hubiera permitido seguramente prevenir el accidente. No es muy relevante quién tenga la culpa de la situación: lo cierto es que por unas cosas o por otras una mujer ha sido materialmente arrollada por una sociedad insensible e incapaz de prevenir la muerte de una anciana condenada a vivir en la penumbra, que ya es casi una manera cruel de morirse. Es posible que este suceso haya movilizado a algunos servicios sociales, depurado los sistemas de represaliar a los morosos, conmovido en fin algunas conciencias, pero la conclusión seguirá siendo la misma: vivimos en un mundo muy inseguro para los débiles. Es decir, en un mundo salvaje y profundamente injusto.