Diario de León
Publicado por
Ara Antón escritora
León

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H illary ha perdido... otra vez. Ha sido una luchadora, capaz y ambiciosa, pero mujer, y eso ni se olvida ni se perdona.

No es simpática. No atrae a la gente y no lo hace porque no se ha mantenido dentro de sus límites. Dejó de lado la misión que todos esperan de las mujeres. Sí, es esposa y madre, pero no ha representado a la perfección su papel. Probablemente a su hija la han sacado adelante los múltiples criados que se mueven por su mansión. En cuanto a su rol de esposa, todos sabemos que apartó, como a una mosca molesta, los infantiles escarceos amorosos de su marido y ni se la vio llorar ni quejarse ni alzar la voz. Aquellos jugueteos de niño caprichoso ni siquiera la tocaron; los pasó por alto y continuó con su camino de ambición.

Muy mal hecho. El mundo, incluidas las propias mujeres, esperaba sus lágrimas, su desesperación y una digna soledad, trabajando quizá, porque de algo tendrían que vivir ella y su hija y ya que había terminado una carrera, tal vez en un bufete de abogados, que hasta podría haber sido importante, bajo la dirección de un hombre capaz, inclemente y ambicioso. Pero no lo hizo. Siguió adelante con su inteligencia porque conocía sus capacidades. Dejó tras ella cargas incómodas que podían haberle impedido crecer y quiso ser la persona brillante y preparada que soñó el futuro más alto al que pudiera llegar.

?Se olvidó por dos veces de su sexo, y su país eligió, dejando atrás raíces racistas la primera vez, y su deseo de tranquilidad la segunda. Cualquier cosa antes de aupar a una fémina. Porque el sexo femenino está muy bien para algunas cosas, que todos sabemos y compartimos.

Nosotras también y por eso, sobre todo en Estados Unidos, ellas, las más listas, se convierten en muñequitas porque «es justo hablarle en necio, para darle gusto». Recordemos las palabras de una dirigente del Condado de Clay. «Será refrescante tener en la Casa Blanca a una primera dama con estilo, belleza y dignidad…».

Se ha analizado la victoria de Trump desde todos los puntos de vista y desde luego algunos son brillantes desmenuzando estrategias, economía o futuribles. Además de saber acercarse a la vulgaridad imperante en el mundo, poniéndose a la altura de la mayoría zafia e ignorante que interesa mantener para mandarlos a votar y facilitar los diferentes gobiernos, ha copiado a otros dictadores, pasados y presentes, tocando las más íntimas emociones de su pueblo. Les ha recordado que han sido los más grandes y que su derecho es seguir siéndolo y que él va a conducirlos a ese fin, apartando de su elevado camino obstáculos despreciables. Ellos y todos comprendemos muy bien a qué se refiere.

Si América no está por encima de cualquier nación del mundo no es por culpa de los propios americanos, es por otros —no vamos a señalar; de eso ya se ha encargado él—, y se lo han creído porque, no solo los americanos, cualquier pueblo, o incluso individuo, son esos cuentos los que quiere oír.

Solo deberemos sentarnos y ese líder brillante apartará los guijarros del sendero y simplemente tendremos que caminar hacia las cumbres del mundo, nevadas o no —¿nos suena?—, que nos esperan a nosotros, americanos en este caso, pero a cualquier otro también, para llenarnos las manos de pan y los ojos de luz.

Y hay mujeres, que porque podemos salir solas a la calle, o incluso votar, nos creemos libres Pero no lo somos. Vivimos en una sociedad machista, que además nos engaña.

Su hipocresía lleva a que muchas esclavas cuidadoras de hogares, esposos, niños y ancianos, y que además trabajan fuera y aportan un sueldo a la economía familiar, se lo crea. Si tienen suerte, su marido, o compañero —¿qué moderna, ¿verdad?—, traerá también un salario. Ya son dos; así él no deberá esforzarse demasiado buscando una segunda ocupación, trabajar más horas o alterar su humor haciendo cuentas para cubrir los gastos más elementales.

Y decimos que somos libres y que la mujer de hoy no tiene nada que ver con la del pasado. Y es verdad. Nuestras abuelas eran las señoras de su casa, llevaban la administración y a sus hijos y ancianos con tranquilidad, porque todo el día era suyo y repartían su tiempo como querían. Desde luego no todas vivían así, pero ahora también hay animales que nos golpean y nos matan.

Queda mucho camino para que las féminas estemos a la altura de los varones, y con esto no me refiero a que tengamos la libertad de copiar sus malos hábitos y hacer ostentación de ello. No; no es eso. Es igualdad de salarios, de obligaciones y de oportunidades. Es una mujer al frente de la Casa Blanca.

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