Dar y quitar
A Rita Barberá, que noera ninguna santa, se lo dieron todo poco a poco y se lo quitaron de golpe. Aprended, flores de ella, lo que va de ayer a hoy, que «ayer maravilla fui y hoy sombra mía soy». La que fuera durante casi un cuarto de siglo alcaldesa de Valencia no tiene un minuto de silencio a gusto de todos. Unos son partidarios del duelo y otros del linchamiento. Ya sabemos que en España están muy igualados los partidarios del diálogo y los que no dejan hablar, pero no se debiera discutir tanto sobre el minuto de silencio que merecen los muertos que han hablado tanto en vida. Su derrota en las urnas y los escándalos judiciales amargaron el final de esta mujer decidida a la que abandonaron hasta sus cómplices, que siempre duran más que sus interesados amigos. La maldición de los políticos, de cualquier signo, es que tardan muchos años para poder descansar en paz.
A esta valiente señora le fallaron los amigos antes de fallarle el corazón. Cambió su ciudad, pero ese pobre músculo liso que todos llevamos en la cabina del pecho no tiene recambio, aunque la cirugía, que progresa más que la ética, haya ideado repuestos. «Cuando se murió el canario, puse en la jaula un limón. Soy un caso extraordinario de imaginación», dijo Paco Chigui, que era un poeta y un humorista, si es que es posible ser a la vez ambas cosas. Quizá no sea inoportuno recordar la definición de Ortega de la política. A su juicio, que era el más alto, se trata de «una tarea desalmada». Los que tienen alma se dedican a otras cosas y no enmascaran su egoísmo. Les basta con votar en el Congreso de los Diputados a favor de elevar el salario mínimo para que llegue a 800 euros mensuales el año que viene y a 950 en 2020. Es cuestión de saber esperar y de no desesperarse mientras se espera. La piedad ha muerto y no importa que se archive el caso Taula si se resucitan otros. Quizá seamos más brutos que unos cerrojos, pero no sabemos darle un cerrojazo al pasado. Por eso no acaba de pasar.