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CUARTO CRECIENTE. CARLOS FIDALGO
León

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Las elecciones son un manto blanco que lo tapa todo. Un limpiador de malas conciencias. Una goma de borrar responsabilidades.

Lo ha dicho esta semana el ministro de Justicia, Rafael Catalá. Ha declarado, exactamente, que la responsabilidad política por la corrupción «se salda con las elecciones». Y el razonamiento no puede ser más preocupante en boca de un ministro de Justicia; el PP estará imputado —o investigado, en la nueva terminología— en los tribunales, se resolverán ante los jueces asuntos tan graves como las comisiones del caso Bárcenas, la trama Gürtel, el pitufeo en Valencia, pero si los ciudadanos han vuelto a poner al partido de Rajoy en el Gobierno con sus votos, políticamente no hay nada que reprocharle. Le han perdonado.

No dice Rafael Catalá que detrás de los líos de la formación política que nos gobierna emerge un caso de ‘dopaje’ político. El PP habría concurrido a las elecciones con ventaja respecto a otros partidos que no habrían contado con los mismos medios para hacer llegar sus mensajes a los votantes; esos votantes que, en su infinita sabiduría, han vuelto a colocar a Rajoy y a su partido en La Moncloa, según el argumentario de Rafael Catalá, que parece poner la lavadora donde otros habían puesto antes el ventilador.

Pero los ciudadanos, incluso en las mejores democracias, no siempre votan como hombres sabios. Por eso existe la separación de poderes y un sistema de equilibrios diseñado para evitar, por ejemplo, que el partido más votado en unas elecciones se convierta con el tiempo en el partido único, y el candidato elegido en las urnas, en un dictador.

No es el caso de España, afortunadamente. Esas tentaciones parecen superadas. Pero las urnas no eximen de responsabilidad política en un Estado de Derecho. No son un blanqueador. Sólo constatan que hay muchos votantes que tragan, muchos votantes desanimados, que votan al candidato ‘menos malo’ o se quedan en casa y se abstienen, ciudadanos que toleran la corrupción, que no les parece un asunto tan grave. O votan con la nariz tapada. Eso no convierte al PP en un partido inmaculado. Sólo demuestra que la formación que nos gobierna no es más que un reflejo de la sociedad en la que vivimos. Y a veces espanta.

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