cartas al director
Carta sin destino
M e dice mi subconsciente, si lo tuviese, que no son horas de escribir, pero le llevo la contraria y me pongo a ello. Comenzar se me hace difícil pues la tristeza me embarga. Escribir sabiendo que no habrá respuesta, es inusual para quien lo realiza, pero así será y así o debiera ser. Concretando voy relatando, demasiados temas que me va dejando la vida, temas que usted lector desconoce, pero que no dudo a usted también le habrá sucedido o con el tiempo, con tristeza le ocurrirá. Son tantos nombres, no en volumen, sino en recuerdos de personas que éste que suscribe ha visto pasar, «amigos» compañeros de empleo, profesores, amigos de verdad, unos se han alejado, pero ahí están les leo de vez en cuando, unos me saludan, otros les veo pasar pero ahí están. Pero los otros aquellos que jamás volverán a ellos les dedico este recuerdo, sé que no les veré nunca más. Ellos me dieron, no sé cómo llamar si consejo o comentario, es igual, pero fueron momentos, que otros ya han olvidado, pero para mí en el día a día logro recordar.
Desde aquel 78, en esa ciudad charra, donde vi y creí que este país iba a cambiar. Fueron tiempos de alegría que a posteriori, no sería tal. Hacer mención a un profesorado: Inmaculada Sánchez, Antonio Villanueva, que fueron hace algún tiempo, o a la señora Machado, que tanto me ayudó.
Y aquí, en este corto tiempo, parece que cuando alguien que merece la pena, alguien con el que tengo que compartir vivencias, alguien de quien aprender sin envidias ni vergüenzas, sin tener miedo al qué dirán, cuando todo ello está a punto, se van, algunos les observo escondido, pero otros, aunque salga de mi escondrijo no vendrán ¡jamás!.
Alguno marcó mi vida en aquella lejana niñez vivida años atrás, disfruté asistiendo a su enlace, fui uno de los muchos amigos que acudimos a esa iglesia de Las Ventas. Hubo una pausa que hoy considero fue demasiado larga, pero ese destino quiso que nos volviéramos a reencontrar en ese nuestro trabajo, de esa cartería, sita en esa calle de Posadera, en ese barrio de San Mamés que nos hizo maduros, él soñaba con finalizar algún día su trabajo para no volver y descansar al lado de esa, que aquel año, en aquella iglesia de Las Ventas, donde reinaba la alegría, él la esperaba a ella, que con traje blanco llegó ¡y juntos entraron los dos! Por esa verja y traspasaron ¡juntos! esa puerta de madera, hasta llegar a ese altar floreado.
Pero ese destino cruel, ese destino que sin coherencia acorta la felicidad antes de lo que debiera, tuvo la desfachatez de irrumpir y acortar la felicidad de quien tenía todo el derecho a vivir unos años de tranquilidad…. Y en esa misma iglesia de Las Ventas cruzando esa verja y esa puerta de madera, hoy acompañada de ¡llantos!.
Se alejaba aquel que tan cerca ahora de mí estaba. Como echo de menos esa camarera donde depositaba las cajas con su fajo de impresos, paquetes y cartas, que cuando las descargaba en ese cajón de su moto de reparto, regresaba con la misma para que yo la usara, y esos aperitivos de mañanas, cortos pero que confortaban, cómo los recuerdo, cómo los echo de menos, tanto que aún no doy crédito que jamás vuelvan a repetirse. Este contenido sin destino, lleva un nombre: Ángel y un apellido: Rojo. ¡Gracias!
Javier Arias Rabanal. león
Nuestra juventud en los autobuses
Ú ltimamente viajo en autobús todo lo que puedo, por aquello de preservar el medio ambiente, y he observado la forma de comportarse de nuestra juventud ante nuestros viejecitos. Sí, alguna excepción hay para que se pueda confirmar la regla.
Viejos cansados por la edad y sin apenas poderse mantener en pie en esos autobuses, llamados gusanos, que nos transportan por las ciudades, viejecitos zarandeados por los frenazos y acelerones obligados del trafico, con una mano en su bastón y con la otra agarrándose, como pueden, a la barra de algún asiento ocupado cómodamente por un joven impasible ante la decadencia de la vejez. Esta imagen es bastante común y conocida por todos nosotros.
Eso me conduce a pensar que algo falla en nuestra sociedad, cuando la juventud no respeta la vejez de sus mayores. Sin ese necesario respeto a esos mayores que, en su momento, les criaron y que sin ellos, no existirían.
Respeto, al menos, por el sacrificio de esos viejos desgastados en la crianza de estos egoístas jóvenes que no existirían si no hubiera sido por la bondad y dedicación de los ahora mayores que necesitan recibir un poco, muy poquito, de lo que ellos han dado durante toda sus vidas.
Respeto a esos viejos a quienes todavía les duelen los brazos por haber llevado en ellos tanto tiempo a esta juventud desagradecida. No sé usted que piensa sobre estas líneas pero, yo creo que algo esencial está fallando en nuestra sociedad y que alguien debería enmendar infundiendo con urgencia valores cívicos.
víctor mengual. león