Diario de León
Publicado por
MARINERO DE RÍO. EMILIO GANCEDO
León

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La verdad, no sé si seré muy buen lector de prensa. Hay columnas de los más rutilantes gurús de la comunicación que se me hacen bola y en un día de descanso me pueden dar perfectamente las seis de la tarde sin saber que mataron a tiros a Osama Bin Laden mientras veía porno en su casa-cuartel de Abbottabad. Pero hay géneros menores, seudocategorías informativas, digámoslo así, que no suelo pasar por alto. Primero las esquelas, ese inquietante y silencioso espacio reservado al Más Allá entre el resto de páginas vibrantes del ruido y la furia propios de los vivos, y cuántas historias no encerrará su sobria sintaxis (rota, eso sí, por los motes y las aclaraciones añadidas: ‘El Chato’, ‘Carmina la de Carnicería Carmina’…). Durante mucho tiempo me entretuve también en leer los anuncios por palabras, ahora reducidos a su mínima expresión, y en los últimos tiempos me interesan no poco los comentarios a las noticias de la edición digital, mensajes en la botella lanzados de regreso, chispazos de necesario feedback. Entre el cúmulo de improperios, imposturas e intereses que suelen proliferar por ahí abajo, la semana pasada había uno curioso.

Venía a decir que Isabel Carrasco, en realidad, se esnucó. Y que esa es la única explicación posible ante la madeja de acusaciones, retroacusaciones, misterios, alteraciones, ausencias, lagunas, estrategias, jactancias, intrigas y ocultaciones de un proceso sobre el que es y será imposible escribir o filmar novela o película de ficción alguna que medianamente logre estar a la altura de ese cuadro, de esa pintura negra goyesca: la mirada altiva y glacial de Montserrat; el gesto turbio, como esculpido por la fatalidad, de Triana; la languidez de Raquel, casi propia de una Magdalena… tríada de temibles o desgraciadas parcas en resumen perfecto de lo que puede dar de sí una ciudad de provincias enfrascada en su espiral de miserias y corrupciones cotidianas. Isabel Carrasco no se desnucó, no, pero llega un momento en el que casi lo parece, a la vista de cómo bailan los hados alrededor de toda esta tenebrosa, patética historia. Hay aquí, o debería haber, culpables, aunque a veces se figura uno que fue toda esta sociedad descompuesta la que empujó al abismo a la presidenta después de haber alimentado su nacimiento, de haberle permitido amasar su terrible poder. Saturno devorando a su hija. Las miradas de las tres protagonistas de este drama contemporáneo se acusan… y nos acusan. Por eso son tan difíciles de soportar.

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