Fascismo o inmigrantes
El papa se ha reunido con 150 alcaldes europeos para hablar de la inmigración. A todas luces, el escalón político municipal, que es el contiguo a la ciudadanía, es el que más directamente conecta con los problemas de la comunidad, el más sensible ante la inmigración. Francisco, como es natural, ha pedido a los munícipes «acoger a todo tipo de inmigrantes o refugiados». Sin esta generosidad, la globalización es evidentemente un fraude. Ha sido sin embargo la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, la que ha puesto el dedo en la llaga: en Europa hay que elegir entre fascismo o inmigración. Se han cuidado de plantearlo así las formaciones populistas de extrema derecha, que además de excitar los más bajos instintos de la ciudadanía, amenazan descaradamente a las fuerzas democráticas. Lo sabe bien, por ejemplo, Merkel, quien, después de haber abierto las puertas de Alemania a la inmigración siria para dar socorro a quienes huyen de aquella encarnizada guerra, ha sufrido el zarpazo político y dialéctico de AfD —Alternativa para Alemania—, la formación neonazi que evoca implícitamente el negro pasado alemán que fue su cuna. Y la canciller ha tenido que moderar su vehemencia humanitaria para no perder más votos.