Diario de León

Cuánta razón tenía Andreotti…

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EL CORRO PEDRO VICENTE
León

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N o se sabe bien cómo, pero coincide que los cuatro principales partidos españoles —el tetrapartidismo asimétrico que ha sustituido al anterior bipartidismo imperfecto— se encuentran enfrascados en procesos de redistribución de poder interno, eufemismo de la pugna doméstica a la que a la postre se reducen siempre los congresos.

El clima que rodea a cada uno de ellos es sin embargo muy diferente. Va desde la balsa de aceite en la que se ha convertido el Partido Popular al desgarro que sigue sufriendo el PSOE, pasando por la pelea de gallos de Podemos a las incipientes disidencias que asoman en Ciudadanos. Visto el panorama, harta razón tenía Giulio Andreotti al advertir que «el poder desgasta, sobre todo cuando no se tiene».

Tras las elecciones de hace un año, muchos fueron los que no daban un céntimo por el futuro político de Mariano Rajoy. Y los primeros sus propios correligionarios, muchos de los cuales pensaban ‘sotto voce’ que había llegado el momento del relevo en el PP. Alguno tan destacado como el presidente del partido en Castilla y León lo había sugerido antes, cuando, a raíz del batacazo de las elecciones municipales y autonómicas, aconsejó a Mariano que se mirara al espejo. Y aquí tenemos año y medio después a Rajoy repitiendo en La Moncloa y camino a ser aclamado en el congreso nacional convocado para febrero. La política, siempre impredecible, es cada vez más volátil.

Por el contrario, el PSOE sigue siendo un auténtico avispero. Si alguien ha hecho de verdad algún esfuerzo por coserlo, lo ha disimulado muy bien. Sigue exactamente igual de fracturado que el pasado 1 de octubre, fecha de aquel borrascoso Comité Federal de infausta memoria para la causa socialista. No se observa el menor ánimo de conciliación por ninguno de los dos bandos enfrentados, y, lo que es peor, tampoco se vislumbra ninguna otra vía capaz de mediar para desenquistar tamaño enconamiento. Ni Pedro Sánchez, por razones obvias, ni Susana Díaz, por motivos no menos obvios, están en condiciones de unificar el partido, pero ambos se obstinan en no darse por enterados.

La gresca entre Iglesias y Errejón es de una precocidad inusual. No lo sería si fuera la típica crisis de crecimiento, pero no parece que tal sea el motivo de fondo. Entre el océano de contradicciones que sumerge a Podemos, el caudillismo con el que se maneja Iglesias se aproxima mas a la denostada ‘casta’ que a la democracia directa que alumbró a la formación.

Aunque para hiperliderazgo individual, ninguno como el de Albert Rivera, que ha conseguido que no haya un español que, sin ser militante, conozca a otros dos dirigentes más del partido. Hagan la prueba.

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