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AL TRASLUZ. EDUARDO AGUIRRE
León

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El presidente Juan Vicente Herrera nos pide que tengamos más hijos. No es por ser agorero, pero en mi caso mal lo veo. Ante este mismo ruego ya escribí hace años que estaba dispuesto a ello, siempre que en la adolescencia se los pudiese mandar a vivir con el delegado territorial. O con don Mariano, que les daría collejas ejemplarizantes. No contestaron. No me dijeron: «Vale, póngase a ello y nos manda siete u ocho cada año». Silencio administrativo. Y no siempre el que calla otorga. Cantar «arriba, abajo, a mi novia le he visto el refajo» es gratis, pero como afrodisíaco resulta escaso, si no hay trabajo. Vale, hay indicios de recuperación económica, pero entre que llega y no llega se pasa el arroz. Y el bogavante. La despoblación es una de las grandes amenazas para la supervivencia de los territorios, pero sin colchón no hay revolcón responsable posible. Aquí y en Turulustán. Estamos ante un gran problema de Estado. Sin nacimientos sólo cabe sentenciar aquello de «El conde Sisebuto»: «Cual terrible huracán/ entra un hombre...luego un can/ luego nadie... luego nada». Y con esta no hay manera de reproducirse. En una información de Carmen Tapia, publicada por este periódico, leo que nuestra provincia pierde 9 habitantes al día. Hay más del doble de muertes que de nacimientos. Así no hay administración que recaude. En fin, en lo de aportar más futuros contribuyentes al mundo no me puedo comprometer, pero en lo de no morirme o morirme menos veces pondré todo de mi parte. Le diré al ángel de la guarda que esté ojo avizor.

Ah, España, quién te ha visto y quién te ve. Desde que Paquirrín sentó la cabeza y se convirtió en Kiko Rivera y éste en un doble de Enrique VIII, reconozcámoslo, la era nacional ya no es lo que era. Ni siquiera Julio Iglesias bambolea como antaño. Hasta don Juan ha emigrado a Alemania, con un contrato basura.

Sin convertir la provincia en Sodoma y Gomorra, hay que hacer algo. Y más veces. Pero del amor en los tiempos difíciles quiero escribirles en otra columna. «El Cordobés se ha vuelto a enamorar», dirá esa lectora taurina que todos los columnistas tenemos. Ya, pero lo ha hecho a los 80 años y con una viuda de 57. A la edad del maestro, saltos de la rana los justos.