Diario de León
Publicado por
NUBES Y CLAROS. MARÍA J. MUÑIZ
León

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Saben aquel de la última cena, cuando Jesús anunció que uno de sus discípulos le traicionaría...? ¿Y saben qué puede tener en común con la brecha entre los nativos digitales, los conversos de la cosa y los que no llevamos nada digital en el gen? Mucho. Tanto que, a poco que evolucione el asunto, el 28 de diciembre en lugar de colgarte en la chepa un monigote por inocente te van a señalar con una @ en la frente y dos orejas de burro (virtuales, por supuesto) para largarte al rincón de pensar hasta que los bites y los teraflops te sean tan familiares como una juliana o un marinado para un Adriá cualquiera.

He vuelto a caer en la trampa de tragar que la tecnología te lo da todo hecho. ¡Ja! Mi ordenata, que no hace más que sobresaltarme con alarmas de ataques galácticos, cierra filas impenetrable cuando le ordeno que instale, con las bendiciones de la multinacional creadora y las de la comercializadora (€€€), un antivirus que me libre de desvelos. No hay problema. Si mi PC y yo no nos entendemos, ahí está un chat para resolver dudas. Fue entonces cuando llegó a mi vida Nikolai. ¿Sugerente eh? Pincha aquí. Rebusca allá. ¿Tienes alguna relación anterior (antivirológicamente hablando)?

La cosa empezó bien. Hasta que Nikolai empezó a pedirme lo que yo no podía darle. Aquello que por más que pinchara en todos esos iconitos no me daba la respuesta que yo necesitaba para satisfacer a mi ayudante de evocador nombre.

Fue entonces cuando la cosa pasó a mayores. Nikolai me pidió permiso (con contrato de rescisión instantánea en caso de notar yo que la cosa se me iba de las manos a las intimidades) para entrometerse en lo más íntimo (que parece ser que ahora es lo que guarda mi ordenador) y operar por su cuenta en busca de lo que yo no era capaz de hallar. Manipuló ante mi perplejidad y dibujó un potente círculo rojo sobre aquello que yo no acertaba a ofrecerle. Fue entonces cuando me preguntó si necesitaba algo más, para desaparecer después de mi vida con el encargo de rellenar una encuesta de satisfacción en el servicio para su multinacional.

Antivirus ya tengo. Y, gracias al círculo rojo de Nikolai, sé dónde mirar hasta cuándo. Su servicio me dejó también la agridulce sensación de que, bajo sus formas impecables de profesional, sentía él que había desperdiciado su talento con otra Judas traicionera a las facilidades de los nuevos tiempos.

¿Sere yo, Señor, seré yo?

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