Diario de León
Publicado por
HOJAS DE CHOPO. ALFONSO GARCÍA
León

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Aunque sin nombre propio en el uso común, la semiótica —el estudio de todos los signos que sirven para la comunicación— es uno de los referentes más vivos de la sociedad en que vivimos. Y no es que sea precisamente comunicativa y dialogante, especialmente a través del fluir de lo personal, de la comunicación cercana de ideas, sentimientos y querencias. No. Vivimos sujetos a la tiranía de la llamada comunicación de masas, que nos somete más de lo que pensamos a necesidades, modelos e imagen. Y esto exige que con frecuencia pretendamos singularizarnos. La búsqueda de la singularidad es un balón de oxígeno en el panorama de la uniformidad y estandarización a que nos presionan intereses ajenos a nosotros mismos. Hay un proceso de homogeneización cada vez más lineal y, por tanto, menos percibido quizás.

Dentro de este singular panorama, gestos que pretenden rebelarse contra el denominador común, lo que no significa, por supuesto, que este tipo de gestos sea ni edificante ni ejemplar, ni siquiera interesante. Me refiero hoy a la búsqueda del impacto semántico, de calado social que buscan, entre otros, políticos y futbolistas. Los primeros, intentando encontrar frases redondas cuando hablan de lo que fuere, aunque sea del sexo de los ángeles. Suelen vaciarse sus palabras de significado, justamente porque la intención comunicativa queda en un segundo plano, precedida por la posible rentabilidad política. Son gestos a la galería. No comunican. Su lenguaje es cada vez más etéreo, como el arcano misterioso que nos deja boquiabiertos. No por lo que dicen, sino porque desconocemos el alcance y el verdadero significado de lo que dicen. El lenguaje entonces pone puertas a la accesibilidad, la negación de su verdadera esencia.

El lenguaje gestual, sobre todo de los futbolistas, está más preocupado por los guiños, por las claves, por la pretendida originalidad. Observen, por ejemplo, la gesticulación manual y facial cuando se dirigen al árbitro. No digamos al celebrar un gol, espectáculo imprevisto de movimientos, poses y actitudes que buscan la novedad que impacte al espectador y que le dé que hablar más de ello que de la posible belleza de su juego. Un lenguaje básicamente de prioridades, en cuya escala el verdadero valor lingüístico queda supeditado no tanto al hecho cuanto a la puesta en escena de su motivación.

En fin, un escenario para la observación de alcance y la valoración de nuestra realidad comunicativa.

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