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FRANCAMENTE. JUAN CARLOS FRANCO
León

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Sus cifras nunca figurarán en los puestos ‘top’ del ránking de ventas —ni falta que les hace—. No nos marearán con proyectos de más de seis ceros a la espera de subvenciones de la(s) administración(es) de turno y mucho menos se dejarán retratar con los ‘brokers’ que a diario juegan con nuestras ilusiones de un futuro mejor. No aspiran a que Wanda les ceda una calle en una ciudad de nombre impronunciable en el gigante asiático para vender sus productos, ni a que Trump se haga una barbacoa con sus terneras en la Casa Blanca. Lo suyo es más aquello de la lluvia fina, aunque para salir a flote hayan tenido que capear más de un temporal (y los que los que les quedan por lidiar). De conquistar el mercado a la par que no decepcionan a los paladares más exigentes, que, por norma general, suelen ser los de las amas de casa.

Recuerdo que en más de una ocasión, al principio de su existencia (eran otros tiempos, momentos en los que cualquier hijo de vecino soñaba en mayúsculas) que no dejaban sarao al que asistir con tal de promocionar sus excelencias. No había acto que se preciase que no estuviera acompañado por el ritual del fuego y la carne de sus novillas. Ahora no. La realidad es la que es. Números formados únicamente por dos o tres cifras, que dan para suministrar al comprador de las ínsula nuestra. Pocos son los que se han decidido a sumarse a su guerra.

Y no es de extrañar, pues también de entonces recuerdo, con el proyecto todavía en pañales, que más de uno que quería y creía en esta aventura de producir carne de vacuno con sello de calidad, se topó con la incomprensión e intransigencia de algún cacique del lugar que se negó a arrendar sus montes para pastos, o que, en el peor de los casos, quiso mercadear a precio de oro con esas tierras, herencia de sus antepasados y que hoy son, por su obra y gracia, terreno yermo en el que sólo tendrán cabida las tumbas de sus convecinos (puedo dar fe, casi a diario, de la realidad de esos ‘poulos’ engullidos por la maleza, y sus ‘celosos guardianes’ tomando el sol de los lunes).

Una vez más queda demostrado que nuestro peor mal habita entre nosotros. Que los grandes sueños, en esta España nuestra, suelen tener un anverso cincelado por la mezquindad. No será de extrañar lo que nos pase.