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TRIBUNA

Olimpiadas, olimpismo y los valores del deporte

Publicado por
Juan Manuel Pérez Pérez Patrono de la Fundación Villaboa-Sierra
León

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H emos vivido durante 2016, en Río, el deporte en todo su esplendor. Las Olimpiadas lo han inundado todo, con su liturgia de color, su bosque de banderas, y la emotividad de sus himnos, como una inmensa ola de oro, plata y bronce; ofreciendo a la sociedad mundial, sobre el altar de los medios de comunicación, el culto a los deportistas ganadores, como nuevos héroes para devoción y admiración planetaria. Pero en el fondo de la parafernalia estruendosa e hiperactiva del sinigual espectáculo olímpico, seguía latiendo el viejo sueño del Barón de Coubertín, cuando al restaurar los Juegos Olímpicos en 1896 estaba fundando el Olimpismo, una «filosofía de vida» que otorga al deporte una misión pacificadora y un papel de educador de la juventud, fundamentada sobre los pilares de la excelencia, la sociabilidad y la universalidad.

El deporte de alta competición ya no puede entenderse sin el patrocinio de las marcas, y los más exigentes y refinados estudios de marketing; ni podrá sobrevivir sin sus planes de mercadotecnia a escala mundial. La súper-profesionalización del deporte precisa del máximo grado de compromiso por parte de los deportistas con sus equipos de coaching y cohorte de técnicos, el apoyo de las empresas esponsorizadoras e inversoras, además de los recursos innovadores de las tecnologías punteras, y la explosión difusora de los medios de comunicación. ¿Acaso no es universalmente sabido que los eventos de alta competición están supeditados a intereses económicos, políticos, e incluso geoestratégicos, sin atender a los objetivos puramente deportivos de los protagonistas del deporte? Esta disfuncionalidad abismal entre las exigencias de las grandes celebraciones deportivas y la conducta profesional de los atletas queda muy bien reflejado en las declaraciones de nuestra campeona olímpica de Bádminton, Carolina Marín, al recibir su medalla de oro, «lo importante es lo que hay detrás de esta medalla», dijo, refiriéndose seguramente al apoyo confiado y desinteresado de familia y amigos, así como a miles de horas de silencioso y sacrificado entrenamiento desde la infancia. La también flamante medallista de oro, Ruth Beitia, ratificaba esta sabia confesión, con una frase que será todo un lema de motivación intergeneracional: «esta medalla es el trabajo de 26 años».

Resonancia singular dentro de la historia olímpica tuvieron las declaraciones de la haltera berciana Lidia Valentín, convirtiéndose en referente mundial del «deporte limpio», tras conseguir su medalla en Río y recuperar las de Londres y Pekín que las trampas del dopaje le habían arrebatado: «Mientras recibía la medalla en el podium… He pensado también que se había hecho justicia y que el trabajo tiene su recompensa, que si luchas consigues lo que quieres». Bien se pueden aplicar a la tenaz atleta de Camponaraya las palabras del Presidente del COE, Alejandro Blanco, al calificar el esfuerzo de los atletas como «el milagro de la voluntad» Pero igualmente son aplicables estas palabras a los deportistas del viejo reino leones, que han participado en juegos olímpicos. Desde los Emiliano, López Rodríguez, Beiran, Trabado, Baños, pasando por el hercúleo Manolo Martínez, hasta los más recientes, María Casado, Rodrigo Gavela, Sabina Ajenjo, o la sublime danza gimnástica de Carolina Rodríguez. Todos ellos, y otros muchos deportistas leoneses anónimos, han dejado huella en el llamado, en la antigua Grecia, «valle sagrado de los dioses».

Mayor lección de superación nos han dado aún, si cabe, los deportista paralímpicos, con Teresa Perales y sus 26 medallas olímpicas, a la cabeza, acompañada por nuestros paisanos Juan Bautista Pérez y Daniel Pérez, convirtiéndose en paradigma del deporte como factor de «inclusión social», como parábola de superación y de lucha inagotable por trascender los propios límites del cuerpo, de la mente, e incluso de la vida misma. Como bien dice Almudena Rivera en Superhéroes de incógnito, su interesante libro sobre el deporte paralímpico, «Puede que te hayas cruzado con ellos por la calle y sólo te hayas fijado en su silla de ruedas, en su prótesis o en su perro guía, pero detrás de cada uno de ellos hay un superhéroe».

Seguramente las palabras de las campeonas y el sacrificio disciplinado, metódico e inagotable de los deportistas olímpicos y paralímpicos nos están descubriendo el secreto del éxito de muchas gestas deportivas. Todo empieza siempre, y en todos las partes del planeta, en un pequeño vivero deportivo, promovido por una institución pública, o patrocinado por la generosidad de algún mecenas, de algunas empresa o fundación privada, donde las niñas y niños del lugar comienzan a hacer deporte y a ilusionarse con repetir las gestas de sus admirados héroes.

Precisamente queremos rendir homenaje en estas líneas navideñas, en la frontera del nuevo año, a esas instituciones anónimas y generosas, que con su patrocinio altruista vienen facilitando a centenares de niños y jóvenes la práctica del deporte en nuestro país. Nos referimos a miles de pequeñas instituciones, como la Fundación Villaboa-Sierra, ofreciendo más de 20.000 metros cuadrados para la práctica del deporte en la comarca de Alija del Infantado (ejemplo de desarrollo colaborativo en el ámbito rural); o la Universidad Complutense de Madrid destinando más de 260.000 metros cuadrados de instalaciones y espacios para la práctica del deporte universitario (el mayor campus deportivo de Europa); o los centenares de clubes, gimnasios, asociaciones, escuelas, colegios públicos o privados, religiosos o laicos, libres o concertados, que a lo largo y ancho de este gran país han entendido que el deporte era también una fuente de educación, transmitiendo a los niños y jóvenes los valores del esfuerzo, la disciplina, la competencia leal, la autoridad arbitral, el liderazgo, la aceptación de la derrota, el cumplimiento de las normas y reglas, y el trabajo en equipo; valores que conforman el auténtico «espíritu olímpico».

Una vez apagados los focos del gran circo de la Olimpiada, nos queda el «olimpismo», el deporte de base como filosofía educadora, propiciado por estos humildes y perseverantes ejemplos de mecenazgo e impulso deportivo, que alimenta las ilusiones de los jóvenes, y por ende renuevan el vigor y la humanización de la sociedad., haciéndola más habitable, más saludable, más competitiva, y más capacitada para conquistar las exigentes cumbres del futuro. Sin centenares de pequeños viveros deportivos, repartidos por todo el territorio nacional, no serían posibles las grandes competiciones, ni los récords, ni las brillantes gestas, ni el rico medallero de nuestros deportistas. Como dice textualmente la Carta Olímpica: «al asociar el deporte con la cultura y la formación, el Olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social, y el respeto por los principios éticos fundamentales universales».