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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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Puesto que este mundo no es perfecto, ni siquiera lo suficientemente bueno, el destino te gasta a veces bromas tan crueles como la enfermedad que acabó con la vida de Fernando Carnero, un nombre de referencia en el mundillo comercial capitalino pues su familia ha gestionado la ferretería El Crucero durante cuatro generaciones. Justo desde que en 1936 abriera sus puertas en la populosa y obrera barriada, ubicada al otro lado del Bernesga. Así que iniciamos el año acudiendo a la misa de cabo de año en memoria de Fernando, un ejercicio de cortesía hacia el que fuera mi vecino durante muchísimos años. En realidad, y más allá de las frasecitas de rigor, los Carnero siempre se mostraron como una familia impregnada de buen rollo y especializada en una reconfortante terapia de diálogo abierto, cimentada en la urbanidad y las buenas maneras. Un saber estar que distingue igualmente la gestión de un establecimiento de sabor añejo, bien surtido de productos y artilugios capaces de satisfacer al cliente más caprichoso. Todo un universo de posibilidades idóneo para cumplimentar la liturgia de las compras.

De ahí su redondo eslogan comercial: «Ferretería El Crucero, lo mejor del mundo entero». De esta y otras anécdotas hablé con las formidables hermanas Carnero: Berta, Alicia, Gabriela y Cristina, vibrantes de energía positiva y a quienes siempre me unieron cuestiones de cercanía y afecto. De forma natural fueron surgiendo las viñetas del pasado, mientras nos poníamos al día en sucesos rutinarios y familiares. El alambique de la memoria hizo de las suyas, dado que el tirón de lo cercano nos encaminó con soltura por la senda de la amistad recobrada y el recuerdo de unos tiempos que, desde todos los puntos de vista, parecen revestidos por el tono amable y rosado de la nostalgia. Con estilo y gracia, las Carnero fueron combinando la poesía de los destinos individuales con las cosas corrientes del día a día, en una charla que por mutuo consenso obvió todo tipo de lástimas. Porque la muerte, en definitiva, no es más que el último y obligado requerimiento de nuestras existencias.

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