Diario de León
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CUERPO A TIERRA. ANTONIO MANILLA
León

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No nos faltan humoristas. Al carácter leonés se le tiene por adusto y recio, menos inclinado a la carcajada que a la sorna, esa risa hacia dentro, pero no nos faltan humoristas. Al menos en la vida pública y publicada. Sí, también en este gremio del periodismo. ¿Cómo puede juzgarse, si no, el siguiente titular, aparecido en este mismo diario? «La Virgen logra una trabajada victoria ante un romo San José». Alude a un evento deportivo, no a una santa discusión sobre la educación del Niño. O el revuelo —maldita la gracia— formado con la presunta «herencia popular» de Antonino Fernández, el patrón de la Coronita, que salía a dos millones de euros por barba para cada uno de los habitantes de su pueblo natal, Cerezales del Condado… Pero no nos desviemos, que los mejores ejemplos de este humor avieso y renqueante, tan «sin querer queriendo», nos lo dan, cada dos por tres, nuestros personajes públicos, esos que salen en los papeles porque gozan de cierta relevancia, aunque sea injusta.

Díganme si no es graciosa, hasta partirse el pecho, la siguiente muestra de humorismo autóctono. Un empresario local adeuda más de siete nóminas a sus empleados y, cuando entra en concurso de acreedores, trata de justificar una situación de quiebra de casi quince millones de euros echando la culpa a los trabajadores, que han realizado algunas jornadas de huelga cuando la entidad ya boqueaba como pez fuera del agua. No es muy original —ese infantiloide argumento de «bajaron los brazos en el tiempo de descuento cuando íbamos siete a cero» ya lo tienen visto los administradores concursales leoneses antes—, pero tampoco son novedosos el tartazo en la cara o la costalada tras pisar una piel de plátano y siempre funcionan.

Del humor onanista, autoinfligido, a costa de uno mismo, que es el humor inocuo e inteligente, hay menos ejemplos y uno piensa que casi siempre son imprevistos hasta por sus actores, quizá porque nacen en un momento de desesperación suprema. Raquel Gago, minutos antes de ingresar en prisión, pidiendo ayuda mediante un vídeo a Ana Rosa Quintana, como si fuera el Tribunal Supremo Intergaláctico, sería un ejemplo doloroso e inquietante. Doloroso porque revela los sótanos mentales a los que conduce la desesperanza en la justicia. Inquietante porque desvela que el entorno de la acusada no fue capaz de evitar tamaña torpeza.

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