Diario de León

TRIBUNA

El sufrimiento pensado y escrito

Publicado por
Carlos Antón Roger FUNCIONARIO DE PRISIONES
León

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P ensar en los momentos buenos, todos los tenemos o los hemos tenido, pero no obstante, demos la vuelta a esos momentos o pensamientos, y analicemos ambas posturas, con serenidad y seriedad, meditemos leyendo, sin la necesidad de coger un coche, barco, tren o tal vez, caminando... Siempre han existido y existirán lágrimas que pesan más que las palabras que yo o cualquiera pueda escribir. ¿A que hago referencia? Por poner un ejemplo, digamos: cuando los señores poderosos hacen o inducen a la guerra, los que mueren, siempre, son los pobres, por los siglos de los siglos, historia, y sin más, así es, porque los pobres son los que se jactan de sus gastos y la economía, les corresponde a los ricos, que la esconden en sus trincheras blindadas de oro. Y aún, sin ser felices, ese sentimiento que no existe, ni existirá para ningún mortal, solo deseo, al que todos aspiramos, ricos y pobres, no obstante, siempre habrá un perro perdido, en qué se yo donde, que nos impedirá, les impedirá la felicidad, aunque jamás el deseo dicho.

La mala memoria y buena salud, nos pueden llenar las horas, pero para ser dichosos, hay que acostumbrarse a tener algo, poco, pero algo que hacer, alguien a quien amar, sentir, observar, y alguna otra cosa que esperar o desear, sin cometer el peor de los pecados (Jorge-Luis Borges), que el ser humano puede acometer; intentar ser feliz, incluso en el dolor, ya que solo es el hoy el que necesita del ayer y también lo precisará del mañana.

Nuestra mente siempre trata de negar el momento actual y así escapar del deseo de felicidad, el cual todos anhelamos y necesitamos, pero que nunca se puede preparar mirando al futuro, si no entendemos o analizamos el presente y por supuesto, contando con el pasado.

¡Oh, el pasado!, ese lastre frecuente en nuestras vidas, que nos limita la mente, el pensamiento, pero que por obligación necesitamos comprender para entender la complejidad del mundo que nos rodea y a fuer de no ser científicamente perfectos. Precisamos con urgencia de simplificaciones, que nos auxilien a orientarnos en la búsqueda del deseo referido. Historia, de siglos, años, días.. es en ello que se plasma y así lo quiero cristalizar.

En cierta ocasión, alguien me dijo, con ese matiz entre irónico/punzante, que solemos utilizar para la búsqueda del reconocimiento falso de impotencia.: «tal vez a donde vas, habrá algún —iluminado—, que intuya como paliar tu mal, tu dolencia, tu sufrimiento». ¿? Escepticismo en el preámbulo, duda, meditación, pero ante todo, pesimismo. El ¿cómo nos sentimos en todo momento?; esclavos de nuestros razonamientos y ese citado tener algo a lo que aferrarnos, para que el ansia de felicidad, no se nos esfume, deseo en definitiva.

Surgió la apertura y el destape de recuerdos escritos y presos del juicio, sin reparar para nada en mi conciencia.: «La iluminación (el iluminado), es el final de nuestros sufrimientos» (Buda), la esencia, al transcurso de dos o tres días, como resolución final y manifestado a cada instante por el género humano: el Mal, como sentir cotidiano y normal en su vida, ahora bien, me sirvió para que la luz apareciera ciertamente tras la obscuridad, luz olvidada, pero no de perdón, ya que ni eso necesitamos para establecer la venganza de los hombres buenos, porque el perdón, se lo imputamos a lo divino, nosotros los humanos, no perdonamos, solo precisamos errar.

Recuperé el placer del encuentro con el sentir, disparando sin apuntar, a la vista está, abrazando esa lapidaria frase, como una brújula que me rehizo de odios y dudas, entendí con claridad, que la Razón y la Moral (Platón), se pueden quebrar, pero que no existe duda de una inteligencia infinita, que hace lo imposible para su cohesión, y lo consigue. ¿Ironía? ¿Utopía?, no, es realmente cierto, en gran medida.

El dolor humano es innecesario, pero abundando en lo más paradójico de este pensamiento, la conclusión se extendió como válida a mi propia existencia; el aprender a vivir con él, sin tratar de evitarlo (ya no me quedaba más remedio) por imperativo legal. El solo, se diluye en nuestra razón, por el simple remedio de recordarlo y rememorarlo en el interior de cada cual y a cada instante, con testigos, recatarlo profundamente e intentar ignorarlo sin ningún tipo de duda. Así es nuestra vida, la de todos, según apuntaba muy acertadamente don Miguel de Unamuno, la fe sin duda, es solo muerte.

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