Diario de León

FRANCAMENTE

Sin quitarse el muerto de encima

Publicado por
JUAN CARLOS FRANCO
León

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Que no hay a quien colocarle este muerto se barruntaba desde hace tiempo. Que su forma de concluirlo distó en mucho de lo que en un principio nos habían vendido, es una condena con la que todos, cómplices como fuimos por acción u omisión, tendremos que cargar hasta que los viejos ladrillos y los estériles muros de las centrales térmicas ponferradinas se vengan abajo. Huérfano de padres y padrinos, el sueño del museo nacional se ha convertido en un monumento a las energías desperdiciadas.

En estos tiempos que corren, los proyectos museísticos —aunque a fe de ser justo habría que no limitar esta característica a estas iniciativas, sino hacerlo extensivo a cualquier tipo de proyectos— son un arma que carga el diablo y la disparan los miserables. Porque como tales hay que entender a quienes convierten la ilusión de muchos en un callejón sin salida.

Está claro que no hay futuro para un proyecto al que desde hace más de cuatro años se ha estado buscando, sin éxito, alguien que se suba a su carro. Y mucho más nítido se vislumbra su porvenir, su triste porvenir, cuando se cose a navajazos a quien —no seré yo quien lo juzgue— decide dar un paso al frente para probar suerte.

Este museo es un hijo ilegítimo de la ciudad y huérfano de España. Tal vez por eso, sus gobernantes han decidido darle la espalda. Le niegan el pan y la sal, pero, eso sí, cada vez que pueden, marcan su territorio recordándole que el aire que respira es de su propiedad y que hasta donde ‘furan’ sus raíces es terreno patrio.

Malditas raíces que mantienen anclados estos edificios al río Sil. Si no fuera por ellas, seguro que ya estarían en el jardín de algún empresario fuera de esta ciudad ingrata. Experiencias de ello ya tenemos, solo hay que volver la vista atrás para ver qué sucedió en su día con la locomotora 31 y los vagones de pasajeros del tren de la MSP —que todavía no están (de vuelta) pero se les espera—.

Y sino ahí, seguro que también serían bien recibidos por algún que otro munícipe próximo con amplios conocimientos en eso de encomendar gestiones privadas de los bienes de todos (aunque después estos no tengan la más mínima consideración por el interés general y ‘eche el cancelo’ cuando las cuentas no salen).

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