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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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La casa Botines y su aspecto como de cuento de hadas, agraciada por uno de los perfiles más definitorios de la ciudad, acoge con su habitual e indisimulada coquetería un par de exposiciones sensacionales, que en su conjunto nos sirven para bucear por el proceloso mar de la memoria leonesa. Con el buen gusto por bandera, Gaudí ideó un edificio de alta costura y especial fotogenia, cuyo extraordinario poderío hace difícil no dejarse atraer por la belleza de sus formas, capaz de provocar que la capital se reinventara a sí misma en el aspecto urbano. Hace 125 años, y no sin cierta polémica, comenzó la construcción de esta obra fresca, distinta y muy personal, que brilla con el aderezo del extraordinario talento del arquitecto catalán. Y ahora que se anuncia la próxima apertura de Botines a los visitantes, la muestra cuenta la historia y los orígenes de esta casa que conserva una desconcertante majestuosidad, lo que supone todo un latigazo estético a ojos del espectador. Un reclamo turístico que refuerza su status de leyenda artística.

Para redondear una oferta realmente imbatible, todo un regalazo para el público, el más que veterano Diario de León celebra su 111 aniversario con una exposición comisariada por Ramiro López, plena de acontecimientos y vivencias que se pierden en la noche de los tiempos. Un tesoro bien guardado que recoge, desde las pequeñas y grandes incidencias de la vida cotidiana, a una serie de instantáneas del pasado que casi se nos fueron para siempre, lo que permite desplegar un mapa de emociones pensado para que los asistentes se empapen del color local. El León de andar por casa se reproduce en escogidos fragmentos de vida que resumen, a su modo y manera, la memoria familiar de la ciudad. La asombrosa galería de imágenes rescatada de los archivos del Diario es a la vez instrumento de documentación y testimonio, y el más valioso retrato de las sucesivas generaciones de leoneses. En un recorrido exhaustivo, cada época y sus personajes gozan de un renacido protagonismo, lo que desata el gratificante vicio de mirar y recordar.

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