Diario de León

TRIBUNA

Seguridad y despoblación

Publicado por
José Reñones Díaz ESCRITOR
León

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P arece claro que —salvo las fuerzas mayores del clima y de la corteza terrestre— la Naturaleza ha sido dominada y transformada por la especie humana en beneficio propio, al igual que es patente que no lo hemos hecho ni responsable ni convenientemente bien, pues en muchos aspectos se nos ha vuelto en contra; de tal manera que ahora andamos remendando con enormes costes y esfuerzos los daños ocasionados, en busca de un nuevo equilibrio sostenible.

En realidad, nos hemos casi independizado de ella, y, si bien desde el principio de los tiempos la Naturaleza determinó por sí misma la evolución de todas las especies vegetales y animales, ahora, en nuestra supuesta madurez existencial, el futuro dependerá casi en exclusiva de nosotros mismos, y, en consecuencia, de lo que hagamos —por medio de la ciencia y de la técnica— con nosotros y nuestro medio.

Si hablamos de la Naturaleza, que siempre fue nuestro hábitat, ahora es nuestra «reserva», por cuanto las poblaciones que antes eran escasas, diseminadas y rurales, ahora son cada día más numerosas, concentradas y urbanas.

Todo lo cual nos induce a actuar de manera mucho más audaz, enérgica y urgente sobre esos espacios rurales de lo que se ha venido haciendo hasta ahora, a fin de mejorarlos y acrecentar en número y calidad todas las poblaciones que en ellos subsisten, sean vegetales, animales como, y, principalmente, humanas.

Con acciones no siempre acertadas por parte de las administraciones se ha venido primando a los profesionales de la agricultura, hasta llegar de diversas formas al conjunto de la población rural, incluidos algunos servicios básicos e infraestructuras; pero casi siempre a base de subvenciones, primas y otras ayudas que, por lo común, se han evidenciado insuficientes, mal destinadas o peor distribuidas, con frecuentes y millonarios casos de corrupción a todos los niveles, cuando no han originado excedentes que, a su vez, ha habido que retirar del mercado y establecer cuotas de producción a la manera de economías planificadas.

Primas a la exportación, a zonas desfavorecidas, a otras de alta montaña, etc. y un rosario de líneas de crédito que, en su conjunto, no han sido o son más que cuentagotas en las pésimas economías de tan sufridos ciudadanos.

Y cómo se pueden entender como medidas positivas para la vida en el campo que se primen también el abandono de la producción animal o vegetal, de leche y de tierras y hasta de anticipos de jubilación (¿?); así están los campos y los pueblos hoy día y a peor que irán. Por más que se vayan reforestando malamente la desertización ya es irreversible, la fauna está muy mermada y la población humana rural es igualmente escasa y envejecida.

Y es que, a la postre, estos hombres y mujeres, si se han quedado en el territorio que les vio nacer no fue por gusto, en la mayoría de los casos, sino porque su edad o sus maltrechos bolsillos no les permitía abandonarlo en busca de la proximidad de esa segunda residencia o chalet de emergencias que son los hospitales, que les garantizan la necesaria y adecuada atención en su lógicamente mermada salud por la avanzada edad, la dureza de toda una vida de fuertes trabajos, las difíciles condiciones y las más que probables privaciones sufridas para sacar adelante a sus familias con la alimentación y estudios de sus numerosas proles.

Son estos precisamente, la presencia o no de hospitales —y, por supuesto, también, cómo no, de los centros de educación próximos o in situ dentro del pueblo, como de zonas de juegos para niños y mayores, servicios proporcionados de especialidades medias sin que obliguen a desplazamientos, de bomberos profesionales próximos y bien bien dotados, transportes, internet, etc.—, lo primero que valora cualquier persona sensata a la hora de fijar su residencia, sea el artesano que quiere instalarse en un pueblo; el hostelero que pretende asegurar la mejor atención a sus clientes; cualquier productor, profesional o funcionario; la mujer que tienen que parir y criar a sus hijos; el hijo que quiere quedarse y atender responsablemente a sus padres; los jubilados que quieren retornar para recuperar la salud y el tiempo perdido fuera de sus orígenes; aquellos que vienen de paso o de vacaciones; o los mayores que ven —con razón— en ellos su seguridad y la mejor calidad de vida en su supervivencia.

Niños, jóvenes, adultos y mayores son todos necesarios para conseguir sociedades complementarias y equilibradas, es decir, viables y con futuro. Y es bien cierto que si las grandes ciudades requieren para sus industrias y servicios los activos más jóvenes y preparados, el mundo rural puede nutrirse de voluntades menos formadas o desempleadas, y, sobre todo, de los jubilados cuyos mermados ingresos pueden multiplicar su valor en los pueblos al tiempo de garantizar el mejor futuro para ambos.

Para todos ellos, para detener e invertir esa angustiosa enfermedad del mundo rural cual es su despoblación, la implantación de los adecuados servicios comarcales a cargo directo de las administraciones competentes es una necesidad ineludible que los políticos regionales, provinciales, comarcales y locales deben abordar con la mayor urgencia si asumen esta visión responsable de su futuro.

Porque quienes habitan las zonas rurales pagan los mismos impuestos, no sólo piden, también exigen la seguridad que nuestras vidas se merecen y así se invertirá el sangrante abandono que arruina nuestro medio. (Y ello sin olvidar que la seguridad de cualquier tipo en toda sociedad no puede dejarse en manos privadas).

Hasta ahora todo se viene haciendo al revés. Pero resistir no es vencer (eso era antes cuando los tiempos evolucionaban con lentitud). Resistir es perder (el ritmo actual del progreso), y, mientras tanto, sufrir; vencer es crecer, y, en el camino, gozar.

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