Diario de León
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en blanco. javier tomé
León

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Tomo la palabra a Julio Cortázar para recordar esas muertes dramatizadas que quieren vendernos como porvenir, muy inteligente reflexión que viene como anillo al dedo para reflexionar sobre la situación especialmente sangrante que rodea a la Fundación Nacional de la Energía, donde resuenan tambores de guerra entre sus abatidos trabajadores. Una joya tecnológica en la que se invirtió un chorro de millones, nada menos que 200, para convertirla en una herramienta única en España y también en Europa, idónea por tanto para servir de locomotora económica a las alicaídas tierras bercianas. Pero al parecer, como ocurre en León con el Palacio de Congresos, el fundamentalismo financiero imperante ha decidido que la Ciuden ya no despunta en el sector de las prioridades, por lo que el futuro oscila entre malo y pésimo para esta apuesta de modernidad nacida con la vocación de asentarse a modo de rasgo de identidad de toda una comarca. El problema, en mi humilde opinión, es que durante mucho tiempo nos comportamos como nuevos ricos y ahora, por desgracia, nos toca hacerlo como nuevos pobres.

La incuestionable autoridad de los hechos nos dice que la Ciuden, un proyecto estrella del PSOE de Zapatero, nació con los fines principales de promover la investigación y el desarrollo tecnológico en materia energética, además de potenciar los estudios ambientales relacionados con la energía y aplicar técnicas de recuperación medioambiental, muy loables propósitos dado el incuestionable cambio climático que comienza a apretarnos. Pero ahí siguen sus 90 trabajadores, mano sobre mano y atemorizados por que se haya acabado el invento. Existe otra posibilidad —o sospecha, mejor dicho—: que semejante cuesta abajo a la rodada acabe por precipitar una privatización encubierta, como muchos temen, única forma factible de evitar el sombrío desenlace que parece avecinarse en un horizonte teñido de nubarrones. En definitiva, es lo que dice el refrán: déjate pegar y no reñiremos. Porque de todas formas, aquí y allí, en Ponferrada o en León, las promesas no pueden comerse. Desgraciadamente.

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