Sabina y una musicóloga
S ánchez-Albornoz decía que los hispanos heredamos de la lengua viperina de Séneca y Marcial la querencia por lo que el historiador llamaba «lo soez» y que ahora proscribe la corrección política, esa nueva inquisición totalitaria con la manía de enmascarar la realidad o maquillarla. En las universidades del mundo se extiende la censura puritana, la plaga de prohibir opiniones que algunas minorías encuentran bastas u ofensivas. La Oxford University Press ha prohibido a sus autores referirse a cualquier cosa relacionada con la carne de cerdo para no molestar a los musulmanes. Adiós a las sátiras de Jonathan Swift y al cuento de los tres cerditos. Para no agraviar a judíos y homosexuales, en Italia se han planteado expurgar la Divina Comedia y en la Universidad de Glasgow se previene a los estudiantes de piel fina de Teología de que las imágenes de la crucifixión pueden resultarles «incómodas». Pero, ¿qué decir entonces del belicismo y la misoginia de Homero en la Ilíada? El pensamiento débil es tan grotesco como para prohibir el Quijote por reírse de los locos y tan irracional como para censurar Moby Dick por defender la caza de ballenas. Pequeñas sectas organizadas están imponiendo el disparate a toda la peña aterrada de que la etiqueten como bárbara.
Y, sin embargo, este asunto no se puede pintar en blanco y negro. Hay toda una gama de grises. Somos lenguaje y las palabras no solo las carga el diablo sino que hacen las cosas. La violencia racial y de género empiezan por el lenguaje, por lo tanto cierta dosis de vigilancia no está de más, por eso existe el eufemismo y por eso hay que andarse con cuidado con el sarcasmo, siempre que no tiremos el agua sucia con el bebé dentro y nos carguemos a Quevedo. El veneno es la dosis.
Viene todo a esto a cuento de que una musicóloga asturiana ha montado un estaribel por decir que las letras de Joaquín Sabina apestan a machismo. Lo cual es verdad. El estilo es el hombre porque delata una manera de estar en el mundo —o sea, de ir por la vida— y el rollito canalla de Sabina es el de un tipo tan cipotudo como el sargento chusquero de la mili de antaño y no es raro que reduzca a las mujeres de sus canciones a la condición de carne trémula. Aunque también es verdad que la musicóloga se ha puesto algo estupenda y ha incurrido en ese vicio de la literalidad de algunos tontos cultos que no perdonan una. Peor que el eventual machismo de Sabina son sus ripios de baratillo y esa escuálida concepción de la poesía como barullo de cursilería y frases hechas, esa impostada melancolía de tragos en bares, ligues en barras y noches de desbarre con los que lleva cuarenta años contrabandeando como poesía rimas que dan grima.