TRIBUNA
Retirados o pre retirados, ¡ya!
S í. El título dice ‘retirados’, aunque pudiera haber escrito jubilados; esa palabra falsaria por la que se conoce a quienes han finalizado su carrera laboral o les cesan anticipadamente por motivos de «reestructuración de la empresa». Otra forma de desembarazarse del trabajador consiste en llegar a un acuerdo dado en llamar «Despido improcedente». Este modo de decir adiós al cincuentón, previa denuncia-teatro del despedido, tiene la ventaja de que éste percibe una indemnización marcada por Ley, con el consiguiente ahorro final que supone para el patrón, quien la amortizará deprisa y corriendo pues el sustituto (en caso de que lo haya) cobrará mucho menos que el licenciado. Ésta es una modalidad llena de júbilo para el resarcido, mas pronto se acaban las alegrías: en el momento que nota como aquello se esfuma a más velocidad de la imaginada. Como la espuma de la cerveza mal tirada. No se sabe bien el por qué, pero se volatiliza. Coche kilómetro cero como nuevo, pintura de la casa y algún viajecito a Gijón para festejar el ansiado retiro con su señora. «A aquellos c… que les den morcilla». Pero no es consciente de que será la pareja la que coma morcilla y nabiza hasta el fin de sus días. Hasta que cumpla la edad legal de la jubilación engullirán lo antedicho o Pan Bendito. Después… Dios dirá. Es decir: a partir del día quince de cada mes, no podrá comprar ni una chaqueta en un centro comercial Outlet, esos que tanto se ven ahora.
Últimamente, en los aspectos laborales (y políticos) se utilizan mucho los eufemismos, comenzando por el nombre dado a los departamentos de enviar al trabajador a la p… calle. RR.HH, a saber, «Recursos humanos». ¿Humanos? ¿Recursos? ¿Para quién? También es muy utilizado el ERE, es decir: Expediente de Regulación de Empleo. Queda precioso. Incluso elegante.
Decía al comienzo que a los retirados-damnificados pudiera haberles llamado jubilados. Pero no. Según mi diccionario de latín, la palabra jubilado viene de iubilare, que significa «gritar de alegría». ¿Ha visto alguien a algún retirado que grite de alegría? Yo no. Todo lo contrario. Sólo o en compañía de otros, deambulan taciturnos o, estáticos, pasan las horas en un banco del parque cercano. Algunos, los de más alto standing, en otros bancos donde, con generosidad les han instalado un monitor para ver el desarrollo de la Bolsa a lo largo de la mañana. Los amantes de Heraclio Fournier lo tienen más fácil. De cuatro a ocho o nueve de la tarde, juegan al tute cabrón en el bar de la esquina. Su único grito de alegría es ¡las cuarenta!
Aparte de todo lo antedicho, lo que más me encorajina es que algún desventurado graciosillo, en argot urbano, les llame «jubiletas». Por ahí no paso. Es peyorativo con tintes desdeñosos. Me recuerda a palabras tan finas como drogata, bocata, camareta y un etcétera de términos que indican el mal gusto o la necedad de los parlantes de baja estofa, hoy contados por millardos. Quienes así denominan a los retirados bien se merecerían un sopapo en los morros o una volea en los cadriles. Ambas golpizas duelen de carallo. Conveniente también, asimismo, mandarles al ídem, igual que a los casi púberes de cafetería que preguntan al del júbilo «¿Qué va a ser, abuelete»? Y el retirado piensa: «Yo, cuando sea mayor, asesino de camaretas, ¡capullo!». Pero calla y, en espera de que un periódico quede libre, con la cabeza baja disfruta del aroma del café cortado que le puso el capullo, después de pasar veloz la rodea por encima de diez centímetros cuadrados de barra.
¿Por qué tanta vulgaridad con los retirados, si no dan un ruido? ¡Ay del día que comiencen a darlo a base de sopapos en los morros y golpizas en los cadriles!