Diario de León

TRIBUNA

Carta de despedida a Lucio Ángel Vallejo

Publicado por
EUGENIO GONZÁLEZ NÚÑEZ PROFESOR DE ESPAÑOL. UNIVERSIDAD DE MISOURI-KANSAS CITY (USA)
León

Creado:

Actualizado:

H ermano Lucio Ángel, por los papeles me he enterado de tu puesta en libertad por el papa Francisco. Voy a decirte, aunque tú no lo creas, que ya no eres el mismo que pretendiste ser. Ahora todo va a ser distinto. Eres un hijo pródigo, y cuando te asomes por los sitios acostumbrados no esperes honores ni agasajos —que en verdad no necesitas —. Muchos te volverán la espalda, otros te mirarán con recelo porque has sido un traidor, un proscrito, un... Sólo reconocerás a los buenos amigos en aquéllos que de verdad te miren a la cara, te acojan y te sonrían. Te aseguro que no van a ser muchos.

En mi carta anterior te hablaba de aprovechar tu ‘tiempo nuevo’ para un profundo cambio del corazón. Mi humilde consejo es que olvides de una vez por todas: botones, fajines y solideos morados, la arrogancia, el afán de notoriedad y un cierto amor al dinero que siempre te ha estigmatizado. Te invito a recordar unas palabras del Maestro, que no sé por qué, pero creo que siempre pensaste que no eran para ti: «vende lo que tienes, da el dinero a los pobres —que haber haylos, y muchos—, y luego ven y sígueme».

Para que no caigas en la tentación de hacer otro cesto, toma un billete de avión, y mi recomendación es que al llegar a un país latinoamericano, por ejemplo, El Salvador, no te quedes en la capital, lugar de vicios, corrupción y violencia —¡cuídate de las maras!—, sino que tomes un bus o compres un coche sencillo y te adentres y te pierdas lejos, por ejemplo en el Departamento de Chalatenango, y subas renqueando hasta una aldea llamada El Higueral, famosa por la masacre que el ejército llevó a cabo entre los campesinos durante la guerra civil salvadoreña, y allí vas a encontrarte con un pueblo bíblico: creyente, pobre, sencillo, hospitalario. Con ellos, si eres paciente, podrás aprender lo que nunca has aprendido, que en las matemáticas de Dios, quien más da, más tiene.

Diles que vas de mi parte. Aunque pensándolo bien, ni necesario va a ser, allí no necesitas enchufes de ninguna obra pía. Te van a reconocer si llegas sudoroso, polvoriento, cansado, pero sonriente. No te prometo nada de lo que antes soñaste, por lo que antes gatunamente luchaste —¡Dios me libre!—, pero sí te aseguro que tendrás corazones amantes, buenos y sinceros amigos, casitas abiertas, mesa pobre pero compartida, un sueño reposado y tranquilo, paz en el alma, una sonrisa sincera, tiempo para dar y recibir. Todo un humilde baño de pueblo, del que saldrás limpio y purificado Sé que esto te queda a años luz de lo que siempre anhelaste, de aquello por lo que hoy estás como estás, y es que tengo miedo que si buscas de nuevo el olor del incienso, del dinero y del poder, tarde o temprano volverás a reincidir. Lucio Ángel, no tengas miedo, apuesta fuerte por los pobres y saldrás ganando.

Si llegaras a leer esta carta, no te rías de ella, ni pretendas darme una palmadita en el hombro y decirme con tu sonrisa burlona, ¿por qué me cuentas estas cosas?, «¡invítame a cenar!», que le espetaste a tu abogada tras la sentencia condenatoria. ¡Eres el de siempre! ¿Cuándo vas a cambiar? Aceptaré tu invitación cuando te salga como la que Jesús hizo a Mateo, del corazón de un hombre nuevo. Lucio Ángel, no quieras seguir banqueteando, vete con los lázaros, hazme caso, vuélvete a los pobres y te encontrarás a ti mismo. No voy a halagarte como algún día hicieron curas, obispos y cardenales para dejarte aparcado donde hoy estás. Vete y escóndete entre el pueblo. Usa tus talentos para promocionarlo, curarlo, construirle casas dignas, escuelas, promocionar a su juventud, crear felicidad para los niños y los ancianos. Regala todo lo que tienes y verás que el pueblo tiene para ti más tesoros que el Vaticano te reservó. ¡No intentes volver a servir a un tiempo a Dios y a las riquezas!

A pesar de las buenas y sinceras palabras del obispo, sigue mi consejo, ¡no vuelvas a Astorga! Vienes contaminado, sucio, pecador, sin poder ni prestigio, sin el aire que te dabas antes, de hombre influyente y poderoso. Te van a aparcar con miradas, gestos, decisiones, y hasta cierto punto es normal, porque tristemente siempre ha sido así. Perdido el carisma y el poder, ya nadie buscará tu compañía, ni solicitará tus favores. Busca otros caminos, todavía eres joven para soñar que es posible un mundo mejor para quienes siempre ha sido tan requetemalo, y algo más simple y generoso para quienes presumieron brevemente de haberlo tenido todo.

Lucio Ángel, rehaza tu vida, alejándote del «mundanal ruido…».

tracking