Un pasado que nunca se fue
A trás ha quedado un aniversario más, el trigésimo cuarto, se dice pronto, del Estatuto de Castilla y León. La conmemoración ha servido para rendir un emotivo homenaje a la emigración dispersa por todo el mundo, especialmente en América. Si dicho reconocimiento, expresado en la concesión de la Medalla de Oro de las Cortes, se hubiera realizado hace 10 años, estaríamos hablando de saldar una deuda con nuestro pasado. Con las decenas de miles de castellanos y de leoneses que, unos, los menos, por motivos políticos, y otros, los más, por necesidad económica, emprendieron el camino de la diáspora en el siglo XX.
La cuestión es que la emigración vuelve a ser en el siglo XXI una penosa realidad en Castilla y León. Mientras algunos de aquellos antiguos emigrantes regresan a vivir sus últimos años en su tierra de origen, miles de jóvenes están abandonando cada año esta comunidad en busca de un porvenir fuera de ella. Ahora no es América su principal destino, sino Europa, Asia o incluso Oceanía. Desde 2008 se cifra en 116.000 el número de habitantes perdidos en Castilla y León, con diferencia la comunidad más castigada por el declive demográfico español.
Muy oportuno ha sido el libro con el que la presidenta de las Cortes ha obsequiado al resto de los procuradores en este aniversario estatutario. Silvia Clemente dejó en cada uno de los escaños un ejemplar de la obra La España vacía. Viaje por un país que nunca fue , un ensayo del escritor Sergio del Molino sobre el lacerante éxodo rural de la España interior. Un mensaje directo por si alguien no se había dado cuenta de que hemos regresado a un pasado que en realidad nunca se fue.
Cierto es que la crisis económica arrastrada desde 2008 está en el origen de este nuevo ciclo migratorio, pero hace de eso ya 9 años en los que no hemos hecho otra cosa que lamernos pasivamente las heridas. Ha habido que esperar a que el problema afecte ya a media España para que el Gobierno asuma la perentoria necesidad de diseñar una estrategia nacional que intente atajar la sangría demográfica.
De momento, el primer paso ha consistido en nombrar a una «comisionada para el reto demográfico» encargada de elaborar dicha estrategia. Pero no hace falta disponer de ella para saber que hay políticas que no contribuyen precisamente a resolver el problema. Por ejemplo, liquidar la minería del carbón, al tiempo que se alientan otras explotaciones mineras que, aparte de su impacto medioambiental, destruyen infinitamente más empleo del que crean. O autorizar una macroexplotación lechera que puede hundir el tejido ganadero de comarcas completas. Parafraseando a Rajoy, hay cosas que no son de sentido común.