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Publicado por
panorama Antonio Papell
León

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U n analista europeo que examine los recientes acontecimientos de los Estados Unidos desde pautas liberales y democráticas se habrá seguramente horrorizado al observar como una mayoría suficiente de norteamericanos abandonaba los valores políticos, las propuestas y los proyectos de futuro de Obama y de su aspirante a sucederle, Hillary Clinton, y optaba por impulsar hacia la Casa Blanca a un personaje atrabiliario, racista, misógino, confuso, con los rasgos característicos de los nuevos ricos arrogantes, decidido además a revertir los avances de los Estados Unidos hacia la sanidad gratuita universal.

¿Cuáles han sido las causas de tan grande desafección, generada al parecer por el apoyo masivo al candidato republicano de las clases media y proletaria blancas, desmoralizadas y empobrecidas, al margen por supuesto de las minorías más seriamente atacadas por Donald Trump? Básicamente, dos. Una primera, el excesivo idealismo de los demócratas, empeñados en generar un miedo atávico a lomos de una potente globalización que avanzaría hacia lo desconocido, que diluiría quizá la envergadura objetiva de los Estados Unidos, provocaría aún más una división del trabajo que terminaría de desmantelar los sectores primario y secundario de la gran potencia, y, por supuesto, abonaría una creativa revolución tecnológica que lanzaría al país a una robotización espectacular, a una transformación radical del transporte y a una serie de cambios sin duda positivos pero también temibles.

Una segunda ha sido el olvido por los demócratas del tronco nacional. Ha sido de tal magnitud la preocupación por los negros, por los jóvenes, por los inmigrantes de las más diversas procedencias, por las diversas minorías sexuales, que finalmente el norteamericano medio, anglosajón y sin más atributos, se ha visto abandonado, solo, excluido del festín.

Los temerosos de un cambio sin paracaídas y los norteamericanos comunes, sin características singulares, han votado a Donald Trump, que representaba la vulgaridad, la falta de originalidad, el simple sentido de la supervivencia sin ideales. De donde se desprende que el idealismo sirve de poco si no se sustenta en un poderoso estado de bienestar previsible y sin amenazas. Ya se sabe: como detectó Bertold Brecht, primero el estómago y después la moral.

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