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Publicado por
Montserrat Martínez Fernández Maestra de Educación Primaria y Poeta
León

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H ablar de la escuela hoy en día es hablar, con demasiada frecuencia, de un sinfín de ausencias... Ausencia de compromiso, de diálogo, de respeto, de esfuerzo... un sinfín de valores que, como profesional de la enseñanza con treinta años de servicio, compruebo una y otra vez cómo se van perdiendo reforma tras reforma.

La escuela la hacemos las personas que en ella participamos y es el espejo en el que se refleja nuestra sociedad. No es cambiando de espejo la solución para no ver lo que no queremos ver; absurdo que lo hiciéramos ¿no? Pues por absurdo que pueda parecer eso es lo que determinadas políticas educativas se empeñan en hacer una y otra vez y con un alto coste. Sí, sí. Y no estoy hablando sólo del coste económico, que, lamentablemente, cada vez iguala en pobreza al nivel cultural de la mayor parte de nuestro alumnado; hablo también del coste más importante que pueda existir: el capital humano. 

Las maestras y maestros, y me refiero en especial a nuestra educación primaria por ser, como su nombre indica, la «primera» (en teoría), sentimos cierto hartazgo al tener que librar cada día la batalla perdida entre las exigencias de los planes de estudios de la reforma de turno y la reclamación constante de las familias de mayor tiempo libre para sus hijos en detrimento del cumplimiento de dichos planes. Todo ello nos lleva a confrontaciones constantes como si nosotros fuéramos los responsables únicos de esa falta de tiempo. Y si sólo fuera eso...  

Según el centro escolar en cuestión, nos encontramos con otra tendencia, no menos lamentable, pero que a las familias les motiva sobremanera: las celebraciones. Señores/as, no tenemos suficiente tiempo lectivo para desarrollar los contenidos que los planes de estudios nos exigen (éste es el comentario que más he oído entre mis colegas desde hace años), pero eso sí, la fiesta que no falte. Celebramos casi todo, y estamos abiertos a los programas más variopintos, desde escuela de cocina (que ahora está tan de moda) educación vial, del consumo, para la paz, reciclado, animación a la lectura y un largo etcétera que convierte el acto de dar clase en el aula en una tarea muy difícil. ¡Ah, casi se me olvida!, también contamos con las afamadas semanas culturales (como si lo que hiciésemos el resto del año no fuese cultura). La escuela se convierte así en un cajón de sastre que está propiciando convertir la Educación en lo que nadie queremos que sea: una Educación desastre.

Toda actividad complementaria  y extraescolar que se añada el trabajo desarrollado en el aula está muy bien, pero, en muchas ocasiones,  no se tiene en cuenta que estamos creando un clima de jarana intermitente que no favorece para nada el estudio, reflexión y sosiego necesario en las aulas para llevar a buen término las tareas en un alumnado cada vez más disperso. Es como querer ver con claridad en un vaso de agua y arena que no paramos de mover incesantemente.

Es necesario reposo, cierto sosiego que permita que en las aulas haya un clima de trabajo que ayude a nuestros alumnos y al profesorado a  centrarse, no a agitarse. Pero eso sería ir en contra de una sociedad que valora tanto el ruido y el hacer... porque el silencio y el estar presente les resulta muy aburrido. Y, claro, estamos en la cultura del ‘No se aburra’ que han metido a calzador en nuestra escuela, frente al ‘No sea burra’ que tantos maestros y maestras competentes están intentando hacer llegar a todas las personas que forman la comunidad educativa.

¡Noble trabajo el nuestro, duro, silencioso, impagable...! ¿He dicho silencioso?... ¡Claro! se me olvidaba hablar de una nueva tendencia de la escuela de hoy en día: cuanto más publicites lo que haces dentro y fuera del aula, tu prestigio como maestro/maestra, de cara a las familias, y a otros colegas que siguen esa tendencia, aumenta mucho. Es lo que yo llamo maestría  de «bocación». En mi caso, será que soy muy antigua, pienso como Saint Exupèry, que «Lo esencial es invisible a los ojos», y que hacerlo visible no se hace a golpe de wasaps, videos, blogs y flashes; porque nada de esto puede captar el momento mágico en que un niño/a se le ilumina la cara al comprender un problema o al recibir un aplauso de ánimo o de reconocimiento de sus compañeros/as. Es el tiempo quien revela el corazón de la semilla plantada, no el afán del ser humano por hacer visible su fruto. Pero en esta sociedad de las prisas y las poses, la poesía de nuestra tarea no es apta para ser reconocida y mucho menos valorada por quienes no la practican y necesitan rodearse de la aprobación y aplauso de los demás para hacer significativa su tarea. Así contemplo con tristeza cómo aquellos profesionales que no siguen las tendencias citadas no son muy bien  aceptados, interpretando su postura como comodidad y cierta dejadez, sin ser capaces, aquellos que la menosprecian directa o indirectamente, de ver más allá y entender que al igual que en nuestra aula conviven seres humanos muy diversos y todos aprendemos de todos, enriqueciéndonos, con el profesorado ocurre igual.

Son, como reza en la canción de Golpes Bajos (grupo musical cuyo nombre es muy apropiado para todo lo que maestras/os estamos soportando), ‘Malos tiempos para la lírica’.

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