Eufemismos
En La tormenta, un relato de 1830, escribió Pushkin: «Los refranes morales son muy útiles cuando poco podemos decir para justificarnos». Algo parecido podría decirse de los eufemismos, tras los que suelen esconderse realidades que no queremos nombrar por la crudeza que encierran, olvidando que el corazón de las cosas, de los sucesos, no está en el nombre, sino en la percepción que de las cosas y de los sucesos tenemos los ciudadanos de a pie.
Los eufemismos tienen un terreno muy abonado en el mundo de la política, llena de vacíos circunloquios y perífrasis sin alma. Repásese, por citar un solo caso, la realidad de una crisis muy pronto percibida –y padecida- por el ciudadano común, y sometida a la tiranía del eufemismo por unos y otros. Lo que ocurre es que también el lenguaje cambia cuando se manda o cuando se hace lo posible e imposible para agarrar el bastón de mando. Sería un excelente trabajo de sociología lingüística este análisis, máxime cuando la ciudadanía aplica precisa y despectivamente el concepto de palabrería para referirse a nuestros políticos. Que, incluso con vientos adversos para el común de los mortales, recurren al eufemismo de su profesionalidad para multiplicar por mucho las diferencias en euros respecto a quienes sí lo han sido durante una larga vida laboral. Por ejemplo. Y uno, además de impotencia, siente la vergüenza del engaño colectivo. Se limitan investigación, cultura, proyectos educativos…, pero se multiplican los mindundis —otro eufemismo— de la política y las estructuras administrativas en las que se puedan encajar —otro más—. Y el ambiente se llena de contradicciones y laberintos y de la sensación de alimentar a muchísimos prescindibles. Muy prescindibles.
Tengo una preocupación que me resulta especialmente seria. Me da la impresión de que eso de ciudadanos es otro eufemismo. En el fondo nos piensan clientes. Clientes que alimentan con su voto, mimado solo durante unos días, y con no pocos engaños, sus aspiraciones ilimitadas para sustentar el noble entramado de la condición pública. La progresiva pérdida de la condición ética de ciudadanos, con todo cuanto encierra este hermoso concepto tan duramente conquistado a lo largo de la historia, debe impedir nuestra espera, cualquier espera con los brazos cruzados. No hay apelación posible. Estamos hartos de tantos eufemismos y de tantas palabras venenosamente dulces. La lengua también conforma una manera de ser y estar en el mundo. Y lo que hay detrás de ella. Claro.