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HOJAS DE CHOPO ALFONSO GARCÍA
León

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P reciso, escueto y certero como siempre, un mensaje de Elena: «Ha muerto José Antonio Alonso, tu alumno». Atravesaba la bahía cienfueguera, tentación o manía por intentar descubrir el mundo, que posiblemente esconda la soberbia de intentar el descubrimiento de uno mismo. Vana gloria. No es la primera vez que la tristeza me sorprende en la lejanía, razón añadida para el crecimiento del dolor, cuya intensidad se acumula al no poder compartirlo o compartirlo débilmente por carecer de contexto el posible interlocutor, al que le falta el sentimiento, la dimensión de las experiencias ajenas. Diluida la mirada y la precisión del pensamiento en la superficie azul de aquel mar prácticamente cerrado, fui consciente por primera vez de que el más rico patrimonio acumulado durante tantos años son los alumnos que he tenido, de los que tantas lecciones recibo, en las queridas aulas del Colegio Leonés.

Allí conocí a un adolescente José Antonio Alonso. Lo recuerdo siempre —sonríe cuando se lo digo años después— practicando incansablemente el ejercicio de la expresión correcta y cómo llevarla a la escritura, sus lecturas intensas llenas de criterio, sin dejar nunca de ser crítico, solidario, comprometido y humilde. Pensé que escondía cierta timidez, a pesar de la ironía dibujada a veces en su sonrisa, aunque el tiempo confirmó que la reflexión asumida y ejercida era el camino para llegar a las convicciones. El verdadero humanista, y él lo era con todas las consecuencias, trata siempre de llegar a esa conclusión, en la que se instala la fuerza del convencimiento. A su brillantez y cercanía unió el don de la autoridad que dan los argumentos, la que no impone pero convence. La curiosidad, en fin, lo llevó a las aficiones más diversas, fórmula para vivir con intensidad.

La amistad y el orgullo personal, por qué negarlo, me tuvieron pendiente de su actividad pública. Coherente, conciliador y respetuoso siempre –hay una elegancia del espíritu que se sobrepone a cualquier circunstancia-, pocas figuras han concitado tanto consenso. Y es que vivió sin alharacas ni apego a cargos ni sillones. El mismo proceder que el compromiso le llevó a tomar decisiones que el tiempo confirmará como históricas.

Recuerdo en la bahía el fragmento de una canción. Valdría también con música flamenca: «Sigo aquí. Solo que ahora vivo más lejos». Tenemos una conversación pendiente sobre nuestras últimas lecturas. En torno a un vino y unas raspas de cecina. Estoy seguro de que acudirá a la cita.

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