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Ponferrada

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Va a hacer cien años que nació en el estado mexicano de Jalisco Juan Rulfo, el escritor que le dio voz a los muertos de Comala. Jalisco es la boca del infierno, si hacemos caso de lo que dice uno de los personajes de Pedro Páramo, novela poblada por fantasmas; gente que murió sin perdón y deambula en busca de los vivos para valerse de ellos.

El sol abrasa en Jalisco. Arde el llano y en las colinas donde Rulfo situó Comala «los pueblos menguantes renacen a golpe de invernadero», escribe el periodista Javier Brandoli, que estos días ha recorrido la tierra natal del escritor en un viaje imposible a los orígenes del mito. Imposible, claro, porque Comala no existe, aunque los expertos en la obra de Rulfo aseguran que el pueblo que huele a miel derramada es San Gabriel, al otro lado de un puente estrecho sobre el cauce seco de un río.

Le cuentan a Brandoli que en San Gabriel, metido entre montañas, las casas tienen más puertas y ventanas que en ninguna parte porque siempre fueron una señal de prosperidad. Los indios aún venden hierbas en los soportales de la plaza. Y crecen los invernaderos, el nuevo símbolo de riqueza en una tierra que durante mucho tiempo fue estéril.

En San Gabriel, la casa de Juan Rulfo está abandonada. Las ventanas muertas. La puerta cerrada. Viajar allí en busca del escritor, hijo de un hacendado muerto en una disputa de lindes, parece arriesgado. Corre uno el peligro de encontrarse con su propia sombra.

Ya va a hacer seis años que me quedé a las puertas de conocer San Gabriel. Alguien que supo que yo le había dado voz a un muerto en una novela me propuso viajar en coche hasta las montañas de Jalisco para ver el lugar donde nacieron las historias de Rulfo, pero a última hora la excursión no prosperó. Hoy leo la crónica de Brandoli en busca de un eco, de sus propios demonios, no sé si de un hombre que murió sin perdón. Y aunque me quedé con las ganas de pisar San Gabriel y cruzar su puente estrecho, no les descubro nada si les digo que Comala está en todas partes y todos tenemos un poco del Juan Preciado que buscaba a su padre rodeado de muertos; allí donde haya un pueblo menguante, una casa con muchas ventanas, deshabitada, allí se esconden nuestros fantasmas.