TRIBUNA | Querida Denise
Me llamo Vanessa. Tú no me conoces, aunque pasaste al lado de mi casa cuando estabas haciendo el Camino de Santiago. Vivo a dos kilómetros de donde fuiste asesinada.
Recuerdo que el día 5 de abril, la fecha en la que desapareciste, era Sábado Santo y yo había salido de fiesta. Volví a casa ya el domingo por la mañana, de hecho. No te imaginas la de veces que he pensado que ojalá hubiera dormido por la noche y así a mediodía podría estar por el pueblo paseando a Luna, quizá encontrarte, charlar un rato en inglés... he pensado mil veces que a lo mejor habría podido evitar que te mataran, si nos hubiéramos encontrado por casualidad.
Luego recuerdo que tu asesino tenía, según parece, al menos dos denuncias anteriores por intento de agresión a dos peregrinas, y aún así tuvo la oportunidad de seguir atacando a mujeres, hasta que dio contigo.
Y si, con dos denuncias previas, la policía no pudo evitarlo, tampoco debería sentirme culpable, supongo, aunque no deje de darle vueltas.
Debo contarte que tu familia y tus amigos jamás dejaron de buscarte. Tu hermano tuvo muchos problemas hasta para poner la denuncia por tu desaparición, así que al final se movilizó la búsqueda cuando ya hacía muchos días que te habías ido, pero los primeros días las fuerzas de seguridad se volcaron en los rastreos.
Incluso trajeron perros de los que rastrean olor a cadáver. Los mismos que parecieron seguir tu rastro hasta la entrada de Santa Catalina, (el lugar donde estabas ya muerta y semienterrada, curiosamente) y que, no se sabe por qué, o por quién, fueron obligados a dejar de buscar. Y claro, así ocurrió que no aparecieron tus restos hasta cinco meses después. Cinco meses de sufrimiento y agonía de tu familia y amigos.
Recibí muchos emails de amigas tuyas, con las que sigo hablando, preguntando por ti, y por los (pocos) avances en la investigación. Sabía que tu familia enviaba cartas a Obama, y otros dirigentes de tu país para interceder en el caso. Richard vino a buscarte sin pensarlo, dejando en casa a su bebé que en aquel momento tenía solo tres semanas. Pam preguntaba por ti constantemente. Tus perros estaban tristes porque ya faltabas desde hacía muchos días.
Durante aquellos meses, inconscientemente, supe lo que es vivir con miedo. Alguna vez he tenido miedo en mi vida, claro, pero no supe lo que era «vivir con miedo».
Algo dentro de mí sabía que alguien te había hecho daño, y ese alguien podía ser el vecino de al lado, el de enfrente, o, como ocurrió al final, el chico que pasaba todos los días en bici por mi calle, y con el que estuve hablando pocos días antes de que apareciera tu cadáver cuando me lo encontré en las fiestas de Murias.
Porque sí, cuatro meses después de matarte, estaba libre para poder venir a las fiestas de mi pueblo, y entablar conversación con otras chicas, o niñas. En todo ese tiempo, nunca salí a pasear a Luna por el campo excepto una vez, y cuando vi que el camino que había cogido se estrechaba y se perdía entre los árboles, me acordé de ti, de que no sabía qué te había podido pasar o quién lo habría hecho, y me empezaron a temblar las piernas de tal modo que tuve que volver a casa.
Cuando era de noche cruzaba el patio de mi casa corriendo y siempre con linterna.
Recuerdo la noche que Luna empezó a ladrarle como una loca a la puerta del patio, y sin pensarlo, cogí unas tijeras y abrí la puerta y salí con ellas en la mano, dispuesta no sé a qué. Soñaba que te aparecías y hablabas conmigo. Mi madre me repetía que había cambiado mucho, y todo fue sin darme cuenta.
Tampoco es fácil asimilar, una vez que apareciste, que todas las mujeres de la zona estuvimos expuestas al asesino durante cinco meses más. Desde que sé quién te mató, no soy capaz de entender por qué no fue detenido antes.
Por qué la policía, cada vez que acompañaba a Richard a comisaría, le hablaba de «la persona que tiene a Denise» como si supieran quién era. Y parece ser, según me han dicho, que lo sabían desde el principio.
No sé por qué motivo no se le detuvo cuando supieron que había ido al banco a cambiar unos billetes que eran tuyos. No entiendo que, cuando la policía encargada del caso se fue de vacaciones, nadie la sustituyera, de tal modo que llamamos a comisaría para que nos autorizaran una búsqueda y ni siquiera había nadie que nos dijera que sí podíamos hacerla.
No sé por qué se empeñaban en repetir que estaban esperando a que el asesino cometiera un error y encendiera tu teléfono móvil (por eso era obligatorio que la prensa publicara que no llevabas el móvil contigo, para que el asesino cometiera «un error»).
Parece ser que cambiar los billetes no fue error suficiente, pero nunca encendió el móvil, presumiblemente porque lo quemó junto al resto de tus cosas.
Tu mochila, la ropa que llevabas puesta, los cuadros tan bonitos que pintabas cuando parabas a descansar en el camino.
No entiendo cómo, con las dos denuncias previas, con saber que él había tenido tus billetes, saber que era un merodeador en la zona, porque había quejas entre los vecinos, y con todo y más, consiguió escapar de su casa delante de los morros de la policía y largarse a Asturias a hacer el Camino del Norte.
Odio ver su foto tomada pocos días antes de que aparecieras, en la que sale riéndose junto a un grupo de peregrinos. Odio la idea de que este tipo estuviera suelto durante cinco meses más tras haberte matado. Odio pensar que una mujer no pueda caminar sola, no solo porque esté a merced de los caprichos de quien se encuentre en el camino, sino porque además esté desprotegida por aquellos cuya obligación es protegernos.
Yo viajo muchas veces sola. Tengo una prima más pequeña que yo, que está en la universidad empezando a vivir, y a la que le gusta viajar también.
Tengo amigas, vecinas, conocidas, primas, hermana… tengo a tanta gente a la que odio pensar que podría perder de la misma forma sólo porque alguien peligroso se cruza en su camino… porque Miguel Ángel Muñoz Blas no es un loco, te lo puede decir mucha gente que tenía trato asiduo con él.
Simplemente es un hombre peligroso.