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Publicado por
el mirador Manuel Alcántara
León

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E l Tribunal de Luxemburgo no ha apreciado que llevar el velo, que es sólo un pañuelo más largo, constituya un delito, ni discriminación directa por motivos de religión o convicciones. La indumentaria ha sido siempre una cuestión de jerarquía, pero ahora hay muchos jóvenes, más o menos adinerados pero todos lejanos de la miseria, que se disfrazan de mendigos amateurs. El asunto no es nuevo, porque ya Wilde, ‘tito Oscar’ para muchos, decía que para escribir necesitaba vestirse de satén amarillo. Era un genio, aunque no sólo eso. Creía que la poesía es gramática idealizada y que cada uno tiene derecho no sólo a construir su vida, sino a derribarla, que para eso es suya. Un 6% de la población europea es musulmana y serán los agobiados jueces quienes evalúen la proporcionalidad de prohibirlo o tolerarlo. Hay que tener en cuenta el tamaño de la prenda, ya que si la lleva todo el mundo no constituye una forma de diferenciarse.

El hábito siempre ha hecho al monje, aunque fuera un golfo que tenía en su guardarropa un traje de paisano para vestirse según la ocasión. La utilización del velo en la esfera pública está siendo motivo de debate en Europa. Parece que nos hemos pasado de hospitalidad. De fuera vendrá quien en tú armario te dirá como tienes que vestirte, ya que eso de desnudarse es cosa de cada uno. «El velo no nos incapacita para desempañar nuestro trabajo», dicen con razón algunas mujeres anteriores al maravilloso invento de la minifalda. Será cada país el que permita o prohíba el velo. A los que nos gusta más permitir que prohibir nos trae aproximadamente sin cuidado esta trifulca, porque tenemos otras más urgentes. No nos desvela la cuestión del velo. El problema de España es el de trabajar, aunque todos vayamos en calzoncillos.

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