La Laponia leonesa
S e ha puesto de actualidad en los últimos meses, y es una buena noticia, la mirada hacia la España vacía. Hacia esa Iberia interior donde casi no vive nadie, y donde, además, nunca vivieron muchos. Ahora solo quedan unos pequeños grupos de ancianos perdidos en las aldeas. O incluso en villas que antaño tuvieron cierta prestancia y que ahora suman la población de un pueblecito. Lugares que han perdido la agencia del banco, la farmacia, la última tienda de ultramarinos, y casi todo. Pero que aún resisten.
Se ha dado en llamar la Laponia española a unas regiones extensas, y no menos bellas y sugerentes, situadas en el espinazo de Iberia. Es decir, donde confluyen las dos grandes raíces, vertientes e incluso culturas de la España penínsular: la mediterránea y la atlántica. Estamos hablando de zonas de las provincias de Teruel, Guadalajara, Cuenca, Soria e incluso de Zaragoza y Valencia. Ahí viven menos personas por metro cuadrado que en la desértica Mauritana.
Y ahora recuerdo, siempre con cariño y admiración, a Ramón Carnicer que ya en los años 70 denunció esa sangría. Y que, además, había hecho lo propio con nuestra comarca leonesa de la Cabrera una década antes. Ramón fue el gran anticipador de esa literatura nueva y espléndida que está resurgiendo en estos años, y que tiene en el periodista de este diario Emilio Gancedo a uno de sus integrantes más comprometidos. Y que, además, escribe muy bien.
Carnicer me dijo muchas veces que la España que más le gustaba era esa: la del sistema ibérico. La más fascinante y olvidada. La más pura y puede que la más bella, en su sobrio permanecer. Y bueno, no solo en esa zona del país sucede ese vacío. En la llamada Siberia extremeña, también sucede eso, o en el norte de Córdoba. O en comarcas de Zamora y Salamanca.
¿Y qué pasa en nuestra provincia? Pues ocurre que también tenemos varias Siberias, más pequeñas, pero igualmente dramáticas. Ancares, Cabrera, Somoza, tierras del Teleno, incluso en la montaña cantábrica… son ya mapas donde apenas hay niños, donde el futuro parece ser el cierre de todas las aldeas y los pequeños pueblos que sobreviven. ¿Hay remedio? Pues solamente hay uno: que los inmigrantes, que son personas duras, luchadoras, ejemplares tantas veces, vengan a socorrernos. Solo ellos pueden revertir nuestra pequeña tragedia demográfica y económica. Las autoridades deben promover esa imprescindible llegada, aunque sea difícil articularlo. Aquí sobra espacio, aunque no ofrezca una vida de lujos. Pero ofrece una vida agrícola, esforzada y honorable. Aquí sobra lo que muchas personas en África o en Asia no tienen: ley, agua, tierra e ilusión pese a las dificultades. Estamos esperando a los nuevos leoneses. Ojalá vengan pronto. Porque su integración aquí está asegurada. La gente de la provincia es buena y acogedora. Que vengan, que no tarden mucho.