Apañados vamos con la oposición y el Gobierno
H ace treinta y seis años que un Gobierno no perdía en el Congreso la convalidación de un decreto ley, salvo en una ocasión por error. Lo más grave es que este decreto ley convalidaba una sentencia del Tribunal de Justicia Europeo sobre la pervivencia del monopolio de los estibadores en los puertos españoles. ¿Está el PSOE en contra de algo así y se atreve a desafiar una sentencia europea? Sólo porque anda descabezado y tiene miedo a Podemos. Y a Pedro Sánchez, seguramente. ¿Y cómo Ciudadanos, que se proclama liberal, impide la aprobación del fin de un monopolio sindical? Sólo porque está harto del ninguneo que sufre del Gobierno de Rajoy después de haberlo apoyado responsablemente en la investidura. Y los catalanes, ¿cómo explicarán las consecuencias que pueden pagar los puertos de Barcelona y Tarragona por el fortalecimiento de los clanes que dirigen la estiba en su comunidad? El argumento parece ser que cualquier cosa que venga del Gobierno se vota en contra. Muy triste. Sólo los vascos del PNV, que no quieren que Pasajes y Bilbao figuren en la lista de puertos de riesgo por huelga imprevista, apoyaron el decreto ley.
La escena fue patética: estibadores en la tribuna del público saludando puño en alto la derrota de la decisión del Tribunal Europeo a manos de los diputados españoles; y sus señorías de Podemos correspondiendo puño en alto desde los escaños. Como en la Bolsa cuando por una información indeseada se modifican inmediatamente inversiones, las navieras ante semejante fotografía se reafirmarán en que más seguro es el puerto de Tánger que el de Algeciras, o el de Leixoes (Porto) preferible a los de Vigo o La Coruña. Y fiesta en las empresas de transporte pesado porque la inestabilidad en los puertos relanza sus pedidos de larga distancia.
Definitivamente, con esta oposición y con este Gobierno, apañados vamos. Aunque el decreto ley era poco o nada discutible, el Gobierno debía haberse volcado en negociar abandonando su habitual comportamiento de partido de mayoría absoluta, y menos cuando no dispone de ella; en este caso tenía razón y, además, razones, como la multa de 23 millones de euros que puede acarrear este fiasco parlamentario. Pero no basta con eso. Hay que negociar, tener gestos, compartir decisiones y respetar a la oposición. Una oposición que podría buscar otras áreas de debate para dejar en minoría al Gobierno, como sucederá con la ley mordaza en pocos días, preservando con su voto afirmativo cuestiones vitales para la economía como la garantía de unos puertos seguros para las mercancías. Que se lo digan a Inditex, por ejemplo, o a los fabricantes de las once fábricas de vehículos que hay en España.
Pero no solo es eso. Con la actual situación de debilidad europea, amenazada por el brexit y por las derivas autoritarias de Hungría y Polonia que fomentan el antieuropeísmo, España tiene una oportunidad de pesar más en la Unión. Desde Felipe González, que tenía un reconocimiento específico entre los lideres continentales, Europa queda lejos. Tras Aznar, que orientó la política exterior española hacia el atlantismo, el peso de España en el mundo declinó; no se recuperó con Zapatero. Y lo exterior no ha parecido interesarle hasta ahora a Rajoy. «España tiene la oportunidad de ingresar en el núcleo duro de la Unión, con Alemania y Francia, a pesar de no ser miembro fundador», destaca la profesora María Izquierdo Rojo, que fue eurodiputada quince años. Para el expresidente del Parlamento Europeo, Josep Borrell, «las tradicionales tensiones norte-sur, se han visto complementadas con tensiones este-oeste por la crisis de los refugiados». Ese cuadro abre una oportunidad inesperada para España. Pero todo apunta a que no se sabrá aprovechar porque no se piensa en términos geoestratégicos. Este es un parlamento de mirada corta que esta semana deparó un episodio decepcionante. La ciudadanía, la sociedad civil, debe pedir responsabilidades a unos y a otros.